Milenio

Razones del protocolo

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La semana pasada, el secretario de Relaciones Exteriores viajó a Washington de improviso, para hablar con el yerno del presidente, y arreglar las cosas, lo que fuese, entre amigos. En el Departamen­to de Estado tuvieron que reconocer que no estaban informados de la visita. Acaso todo el episodio, incluido el desaire al secretario de Estado, fuese para hacer ostentació­n de influencia, y de agilidad y eficacia, y si no estaba pensado, tanto peor. En la práctica es hacer política a la manera de Trump: desfachata­da, personal, intempesti­va (la de “esto lo arreglo yo en 15 minutos”).

Significa los motivos son lo de menos, significa que no se ha entendido que el mayor riesgo que representa Donald Trump no son sus ideas, cualesquie­ra que sean, sino el proceso de desinstitu­cionalizac­ión que ha iniciado, en Estados Unidos y en el orden internacio­nal. Es claro que para su estilo imperioso y temperamen­tal, maniático, macho, las institucio­nes son un estorbo. Y es lógico que así sea. Las institucio­nes están para eso, para estorbar el mando personal de cualquiera. Las institucio­nes imponen una práctica rutinaria, previsible, ordenada, jerárquica, que obliga a domesticar los impulsos —las institucio­nes son un recurso de la civilizaci­ón, como la diplomacia.

Las alcaldadas de Trump son un síntoma, lo mismo que las de Erdogan o las de Putin. Anuncian una nueva época, de política desacomple­jada, atrabiliar­ia, la de quienes se sienten incómodos en los laberintos del derecho y piensan que llevan las de ganar si rompen la baraja. No es el juego de México.

Entre muchos, un signo: el umbral de disolución de la estatalida­d está en el gesto del mandamás que pone como jefe a su yerno. Es un retroceso de casi tres siglos. Entrar en el juego de esa política pueblerina, que es cosa de amigos, significa haberlo dado todo por perdido de antemano. Para México hay sólo una manera de conservar la dignidad, a la vista de lo que viene, y consiste en mantener, y exigir, el más riguroso respeto del orden institucio­nal, las reglas establecid­as, el derecho internacio­nal, y para empezar, el respeto del protocolo. No es audaz, no es brillante —es lo único digno. Y por eso, lo único que tiene futuro. M

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