Crear sí, mentir no
He constatado que el camino hacia la identidad personal es una tensión permanente entre el deseo de libertad y la necesidad de seguridad. Estas exigencias contrapuestas disputan nuestra paz interior. Los dos anhelos que rayan en el desequilibrio son a veces momentos duraderos; otras, impresiones fugaces. Y la oferta que hay de arquetipos no necesariamente ayuda para significarlos en la existencia.
Al insertar palabras en el contexto de las actuales coyunturas políticas, históricas, religiosas y culturales, nada debería disputarse nuestra buena voluntad. Según uno escribe, logra corregirse y la mente responde agradecida con claridad el dejar de buscar contornos de sombra ahí donde no hay luz. Habremos aprendido a pensar sin levantar barreras intelectuales, cuando dejemos de interferir con la preparación crítica que ofrece el propio movimiento de la vida. A propósito de mantener un estrato superior de inteligencia, viene al caso la nueva novela de Alessandro Baricco: La esposa joven. Aunque sus críticos lo tildan de simplón y facilista, en respuesta él escribe, escribe y escribe, como hace cualquiera que se entregue al oficio: asumiendo, libre de pretensión, la identidad que confiere llevar el nombre con que llamamos cada cosa.
Sabía que el escritor Italiano transformaba todo en una referencia de quimera onírica y luego leí este libro, donde el sentido de la existencia exige insistencia. Cuestión de insistir, sí, pero ¿cómo hacerlo sin minar la audacia del impulso vital concediendo importancia a los límites? El dictum de Coetzee contesta la pregunta comprendiendo la intensidad de quienes la formulan: la educación de los sentidos a través del refinamiento cotidiano entraña la promesa de elevar a la gente a un plano ético mayor.
La esposa, figura clásica del teatro italiano ardiente de sensualidad, recorre el camino de las transiciones más graduales, desde la insatisfecha rectitud marital hasta el abandono perverso. Firme y osada, le adjudican una imagen frágil y ligera; pareciera la reencarnación de Zenobia Camprubí descrita por Juan Ramón Jiménez: una muchacha joven, agradable, fina, alegre, clara, de inteligencia natural y gracia adquirida.
Baricco imita a Calvino en los momentos cuando el reino de lo humano está condenado a la pesadez, vuela como Perseo hacia otro espacio. No hablo de fugas al sueño. Quiero decir que mira el mundo con distinta óptica. Lo admiro porque persigue el Paraíso tomando en cuenta que la extensión del Edén ya no resulta tan verde y espesa. m