Milenio

Joven madre, amenazados por la delincuenc­ia, huyeron con la esperanza de obtener asilo; con la llegada de Trump lo ven difícil

Un rarámuri y una

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Hay quienes se van a EU en busca de un sueño económico. Otros huyen a este país porque en México vivían una pesadilla: la tragedia de la violencia que devastó sus pueblos y sus vidas. Son migrantes mexicanos que creyeron encontrar aquí, en Nuevo México y El Paso, un refugio. Decidieron solicitar asilo en suelo estadunide­nse, y cuando creían que lo habían logrado, se toparon con la migra y el ICE.

Son Santiago Cruz, un rarámuri de la Tarahumara, y Mariana Ibarra, de Ciudad Juárez, que buscaban ser parte de ese uno por ciento que ha obtenido asilo en EU en los últimos 10 años. De acuerdo con su abogado, hasta antes de que llegara Donald Trump con sus políticas antimigran­tes, ambos tenían altas posibilida­des de obtener esta medida de protección, por lo excepciona­l de sus historias.

Santiago huyó de Guachochi porque el crimen organizado convirtió en un infierno la comunidad donde vivía. Es el primer rarámuri que solicita asilo en EU. Mariana escapó con su madre e hijo porque su pareja, un capo de una organizaci­ón criminal, los amenazó de muerte.

Hoy, ambos, que huían del terror en México, tienen otro sufrimient­o, el miedo a ser deportados. Aunque parece mayor, Santiago solo tiene 26 años. Es de tez morena y estatura media. Utiliza uno de los atuendos típicos de su pueblo: taparrabos blanco —que en su comunidad llaman tagora— camisa verde limón, una banda en la cabeza y sandalias.

Como si fuera parte de su indumentar­ia también trae una bola de madera hecha de raíz de encino y de tamaño similar a una pelota de béisbol, y que forma parte del juego caracterís­tico de su cultura: Rarajípari o carrera de bola.

Es originario de Laguna de Aboreachi, una comunidad tarahumara pertenecie­nte Guachochi, a más de cinco horas de distancia en vehículo de Chihuahua capital, y a casi 10 de Ciudad Juárez. También cerca del llamado Triángulo Dorado del narco, entre Sinaloa y Durango.

Hace tres meses decidió huir porque el crimen organizado se apoderó por completo del poblado, integrante­s del cártel de Sinaloa obligaban a los campesinos a sembrar mariguana y amapola en sus tierra.

La delincuenc­ia organizada, recuerda, también reclutaba a los pobladores si así lo necesitaba­n, “y después nuestros compañeros desaparecí­an, nunca regresaban”.

Según el tarahumara, los capos les robaban incluso el ganado “o lo que les gustara”. Todo esto inmerso en una comunidad hundida en la pobreza. La situación se volvió insoportab­le.

Santiago decidió dejar su vida atrás y empezar una nueva en EU, donde tenía un conocido. En noviembre pasado inició su travesía, primero llegó a poblados cercanos a la frontera en Villa Ahumada y desde ahí caminó por la sierra evadiendo a la Patrulla Fronteriza.

El trayecto terminó en Nuevo México, donde se escondió varios días en casa de un conocido. Semanas después comenzó a buscar empleo. Hoy, el joven tiene trabajo en un rancho, y ya renta una casa.

Por seguridad, Santiago pide no revelar su ubicación exacta, todavía tiene miedo, y aunque sus viejos se hayan quedado allá, lo cierto es que no quiere volver a pasar por el horror que sufrió en su comunidad, y por eso contactó a un abogado, que al conocer su historia no dudó y comenzó los trámites para pedir asilo político, es el primer rarámuri que lo hace.

“Es muy distinto aquí: se extraña a la gente, se extraña lo nuestro, las tierras de nosotros”, asegura.

Es cuidadoso con lo que dice, mide cada una de sus palabras y respuestas, y deja en su fe poder quedarse en EU, lejos del crimen.

“Sabemos que el presidente, pues ya vimos cómo es, y a ver qué pasa, no sabemos, pero tenemos fe en Dios que todo salga bien”. Mariana Ibarra también solicitó asilo en EU. El año pasado, su mamá, su hijo de apenas seis meses y ella huyeron de Ciudad Juárez a El Paso, Texas, luego de que fueron amenazados de muerte por su ex pareja, Jesús Eduardo Soto Rodríguez, El Lalo, líder de la banda Los Mexicles, brazo del cártel de Sinaloa en la región.

La joven de 22 años cuenta que era obligada por el capo a visitarlo en el Cereso 3, centro penitencia­rio que, por cierto, era presumido por el gobierno de César Duarte.

“Me mandaba a traer de mi casa o donde estuviera. Si me negaba decía que iba a matar a mi hijo y a toda mi familia”, recuerda.

En febrero del año pasado empezó su calvario, hacía una visita más, entró un sábado en la noche y debía salir a las 7 de la mañana del domingo, pero el líder de Los Mexicles no quiso que se fuera y la retuvo con la complicida­d de custodios.

La joven se resistía a permanecer recluida. La respuesta del criminal fue golpearla. Mariana ya sangraba y el sicario se asustó y salió de su celda para pedir ayuda. Ella aprovechó para llamar a su mamá desde un celular que tenía El Lalo en el penal.

La madre de Mariana convocó a medios de comunicaci­ón y presionó a las autoridade­s, que en un primer momento negaron que la joven estuviera plagiada. El capo cedió, y unas horas después ella estaba libre.

Relata que ese mismo día acudió a denunciar los hechos, pero el involucram­iento de otras autoridade­s estatales en este hecho hizo imposible que pudiera iniciarse la investigac­ión.

Por la noche no lo dudó y junto con su familia fue al puente internacio­nal, explicó a las autoridade­s de EU lo sucedido y en un primer momento permitiero­n su entrada a El Paso; sin embargo, un mes después fue detenida por inmigració­n, se habían enterado de su antiguo noviazgo con El Lalo.

“Me detienen porque para ellos yo era una delincuent­e, como si tuviera que ver en lo que él hacía en Juárez, en sus negocios”, explica.

Mariana estuvo detenida ocho meses, mientras se aclaraba su situación. Hoy está libre, pero tiene una tobillera electrónic­a, justo arriba de su tatuaje con la frase en inglés Camina por fe.

“Está horrible la detención, es bien desesperan­te porque estás en prisión, es lo mismo, pero también sabía que o era estar aquí detenida o irme a Juárez a que me mataran; entonces, me tenía que aguantar”.

La joven no puede trabajar ni salir del estado. Debe presentars­e cada 15 días a firmar y constatar su estatus migratorio mientras se resuelve su solicitud de asilo. Pero hoy con Trump, su miedo se ha trasladado aquí, a ser deportada.

“Ahora tengo miedo hasta en la calle, que me lleguen a parar y que me detengan, y no les importe el permiso para vivir aquí ni nada”, afirma.

Santiago y Mariana se fueron de México por miedo, pero en EU se encontraro­n con Trump. m

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La autoridade­s migratoria­s le colocaron a Mariana una tobillera electrónic­a.
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Santiago era obligado a sembrar mariguana en sus tierras.

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