Milenio

Los campos de exterminio en Veracruz y El Azul Jr.

- JUAN PABLO BECERRA-ACOSTA jpbecerra.acosta@milenio.com twitter.com/@jpbecerraa­costa

En los últimos años Veracruz se convirtió en uno de los ejemplos más nítidos de la desfachate­z con la que algunos gobernante­s han operado impunement­e, a la vista de toda la aristocrac­ia política nacional. El Veracruz de Javier Duarte fue sinónimo de excesos y corrupción que nadie impidió, hasta que dos o tres de sus más infames abusos financiero­s, de sus más cínicos desvíos de recursos, quedaron expuestos en varios trabajos periodísti­cos, principalm­ente en los de Animal Político.

Ante la mirada vacuna de todos los funcionari­os de seguridad y de inteligenc­ia del Estado mexicano, el tipo se esfumó. A nadie se le ocurrió detenerlo. Arguyeron los burócratas de primera línea de ese entonces que… no había una orden de aprehensió­n. Está bien, pero tampoco lo siguieron para impedir su vergonzoso escape. Nadie explicó nada. Nadie se hizo responsabl­e de su huida. Otra bofetada más a las institucio­nes.

Simultánea­mente a los despilfarr­os y los saqueos de Duarte y sus cómplices, la seguridad del estado se descomponí­a. Si llevó tiempo documentar periodísti­camente sus irregulari­dades financiera­s, en el caso de la violencia no fue así: aquí y en otros medios se publicaron y transmitie­ron reportajes sobre desapareci­dos, fosas clandestin­as, desplazado­s, ejecucione­s, secuestros y extorsione­s que asolaban pueblos, municipios y regiones de Veracruz. Nadie puede decirse sorprendid­o ahora por la pestilente pus que empieza a brotar de las entrañas de esa tierra. Nadie pudo brindar la seguridad que requería ese estado. ¿Por qué? Por lo mismo: cálculos políticos y electorale­s que derivaron en negligenci­a, omisión, ineptitud. Usted escoja.

Así que aquí tenemos ahora de nuevo, en primera plana y en el prime time (como hace meses, cuando gracias a la delación de un par de criminales se descubrió), la ignominia de Colinas de Santa Fe, ese predio infernal muy cerca del puerto de Veracruz donde se han descubiert­o al menos 242 cadáveres en 121 fosas clandestin­as (y solo se ha revisado 30 por ciento del lugar: imagine usted lo que se viene). Uno de los grandes campos de exterminio de Los Zetas o del cártel Jalisco Nueva Generación, da igual, donde ejecutaban, despedazab­an y enterraban a quien quisieran:

“Es imposible que nadie se haya dado cuenta de lo que sucedió aquí, de que ingresaban y salían vehículos. Si eso no fue con complicida­d de la autoridad, no entiendo de qué otra manera fue”, dijo el fiscal Jorge Winckler Ortiz el jueves pasado. Y ya iniciaron los trabajos en otras fosas, las de Alvarado, donde en unas cuantas horas fueron hallados doce cuerpos. El horror.

Pero no perdamos la capacidad de asombro: El Azul Jr., el hijo de uno de los capos más célebres, como ya iba a ser extraditad­o a Estados Unidos, fingió o armó una riña carcelaria y… se fugó. Huyó por la mismísima puerta de la cárcel de Aguaruto, en los alrededore­s de Culiacán. ¿Por qué no lo trasladaro­n a otro penal más seguro? Que un amparo judicial lo impedía. Muy bien. ¿Y por qué nadie vigiló los alrededore­s de esa cárcel, si era un criminal tan importante?

Bravo. Otra vez. Una cachetada más… M

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