Los campos de exterminio en Veracruz y El Azul Jr.
En los últimos años Veracruz se convirtió en uno de los ejemplos más nítidos de la desfachatez con la que algunos gobernantes han operado impunemente, a la vista de toda la aristocracia política nacional. El Veracruz de Javier Duarte fue sinónimo de excesos y corrupción que nadie impidió, hasta que dos o tres de sus más infames abusos financieros, de sus más cínicos desvíos de recursos, quedaron expuestos en varios trabajos periodísticos, principalmente en los de Animal Político.
Ante la mirada vacuna de todos los funcionarios de seguridad y de inteligencia del Estado mexicano, el tipo se esfumó. A nadie se le ocurrió detenerlo. Arguyeron los burócratas de primera línea de ese entonces que… no había una orden de aprehensión. Está bien, pero tampoco lo siguieron para impedir su vergonzoso escape. Nadie explicó nada. Nadie se hizo responsable de su huida. Otra bofetada más a las instituciones.
Simultáneamente a los despilfarros y los saqueos de Duarte y sus cómplices, la seguridad del estado se descomponía. Si llevó tiempo documentar periodísticamente sus irregularidades financieras, en el caso de la violencia no fue así: aquí y en otros medios se publicaron y transmitieron reportajes sobre desaparecidos, fosas clandestinas, desplazados, ejecuciones, secuestros y extorsiones que asolaban pueblos, municipios y regiones de Veracruz. Nadie puede decirse sorprendido ahora por la pestilente pus que empieza a brotar de las entrañas de esa tierra. Nadie pudo brindar la seguridad que requería ese estado. ¿Por qué? Por lo mismo: cálculos políticos y electorales que derivaron en negligencia, omisión, ineptitud. Usted escoja.
Así que aquí tenemos ahora de nuevo, en primera plana y en el prime time (como hace meses, cuando gracias a la delación de un par de criminales se descubrió), la ignominia de Colinas de Santa Fe, ese predio infernal muy cerca del puerto de Veracruz donde se han descubierto al menos 242 cadáveres en 121 fosas clandestinas (y solo se ha revisado 30 por ciento del lugar: imagine usted lo que se viene). Uno de los grandes campos de exterminio de Los Zetas o del cártel Jalisco Nueva Generación, da igual, donde ejecutaban, despedazaban y enterraban a quien quisieran:
“Es imposible que nadie se haya dado cuenta de lo que sucedió aquí, de que ingresaban y salían vehículos. Si eso no fue con complicidad de la autoridad, no entiendo de qué otra manera fue”, dijo el fiscal Jorge Winckler Ortiz el jueves pasado. Y ya iniciaron los trabajos en otras fosas, las de Alvarado, donde en unas cuantas horas fueron hallados doce cuerpos. El horror.
Pero no perdamos la capacidad de asombro: El Azul Jr., el hijo de uno de los capos más célebres, como ya iba a ser extraditado a Estados Unidos, fingió o armó una riña carcelaria y… se fugó. Huyó por la mismísima puerta de la cárcel de Aguaruto, en los alrededores de Culiacán. ¿Por qué no lo trasladaron a otro penal más seguro? Que un amparo judicial lo impedía. Muy bien. ¿Y por qué nadie vigiló los alrededores de esa cárcel, si era un criminal tan importante?
Bravo. Otra vez. Una cachetada más… M