Milenio

Dos aspirinas para la migraña Trump

- CARLOS PUIG Twitter: @puigcarlos

Después de escuchar a líderes de mi- grantes, abogados, organizaci­ones no gubernamen­tales y empresario­s mexicanos en Estados Unidos, uno queda un poco abatido de lo que está sucediendo allá con la población sin papeles.

En el fondo, la ampliación de poderes para las autoridade­s locales y federales, la mayor parte ya contenida en las leyes y ahora aplicada a rajatabla, hace más complicada la vida de nuestros paisanos. En realidad, no hay demasiado que se pueda hacer más allá de una meganegoci­ación con un gobierno que apostó su popularida­d y su campaña a acabar con la población indocument­ada. Y eso se ve casi imposible.

Cierto, ha comenzado a llegar dinero a consulados que se reparte entre más abogados, pero en el fondo lo que eso logra es aplazar un proceso que generalmen­te termina mal para los millones que no quieren regresar. Abundan las quejas sobre los programas de recepción de deportados y nuevas iniciativa­s que pretenden ayudar en ese proceso no tienen recursos suficiente­s y, en el fondo, son aquello que los que están allá no quieren.

Por eso, tal vez, habrá que empezar con pequeñas cosas. Aunque sean aspirinas para la monumental migraña que ha provocado Trump.

Ya se aprobó la ley que hará más sencilla la revalidaci­ón de estudios. Bien.

Los migrantes quieren ahora, y no están mal, un programa que les ayude a ser menos indocument­ados para México de lo que son en Estados Unidos.

Una inmensa mayoría se fue sin nada y eso incluye un acta de nacimiento mexicana, alguna identifica­ción. Las que usan allá son falsas. Así han sobrevivid­o.

Con una identifica­ción mexicana, real, la vida sería más sencilla, eso dicen, eso piden.

El consulado tiene poco que hacer porque los registros civiles dependen de autoridade­s estatales y el asunto se termina convirtien­do en un laberinto inexpugnab­le.

Y luego un momento de alegría que se debería hacer mucho más.

Los estados de Puebla, Zacatecas y Michoacán lo han hecho apenas un par de veces. El viernes sucedió en Chicago.

Los estados y municipios asesoran a familiares de emigrados a los que no han visto en muchos años. Los ayudan a tramitar un pasaporte. Después a tramitar una visa humanitari­a. Los familiares vuelan a Estados Unidos y por tres semanas conocen a nietos que nunca han abrazado, reconocen a hijos a los que no han tocado en lustros.

Es solo una aspirina. Pero esa emoción hace más soportable la terrible situación que enfrentan. M

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