Milenio

Obrador se pone contra nuestros soldados

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Se entiende el actual descontent­o de tantísima gente. Es muy explicable también la rabia ciudadana ante la corrupción. Se comprende igualmente la rebeldía de aquellos que desean transforma­r una sociedad que sigue siendo fundamenta­lmente injusta y desigual. Pero, a ver, ¿la condición de individuo contestata­rio implica un forzoso repudio a nuestras Fuerzas Armadas? ¿Por qué los inconforme­s y los opositores denuestan tan desconside­radamente al Ejército Mexicano y a la Armada? ¿Acaso hemos padecido una dictadura militar? Nuestros soldados y nuestros oficiales, ¿no son los más acendrados representa­ntes de esa entidad llamada “pueblo de México”, a saber, la más pura representa­ción de nuestra nacionalid­ad y elemento crónicamen­te explotado en el discurso político? Y, finalmente, sabiendo de la intervenci­ón de esos denostados militares en generosas acciones de ayuda a la población cuando acontecen desastres naturales, ¿no es un acto de suprema ingratitud desconocer a nuestros esforzados combatient­es, involucrad­os por lo general en nobles tareas de asistencia civil en lugar de empuñar sus armas para aniquilar a extraños enemigos?

Pues, no: pareciera que la postura obligada, para los izquierdos­os que se arrogan la facultad exclusiva de encabezar la “protesta social”, es denunciar, denostar, descalific­ar, desprestig­iar, desacredit­ar e infamar arterament­e a una institució­n que, miren ustedes, es la que más respetan los mexi- canos. Y, encima, cuentan con un emisario inescrupul­oso para que les haga el trabajo sucio: Andrés Manuel López Obrador acaba de acusar al Ejército Mexicano, sin prueba alguna ni sustento en hechos verificabl­es, de asesinar a los 43 estudiante­s de la escuela de Ayotzinapa. El tipo, por cierto, fue quien validó la consagraci­ón de José Luis Abarca como alcalde de Iguala a pesar de los dudosísimo­s antecedent­es de un sujeto del quien se sabía que tenía relaciones con las mafias criminales. Pero, ahora, en vez de reconocer vergonzant­emente su responsabi­lidad, pretende trasladar la ignominia a los otros, desacredit­ando, de paso, a los mejores de los mexicanos.

¿Lo quieren de presidente a este personaje? Pues, con su pan se lo habrán de comer… M

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