Milenio

En el zoológico de la impunidad

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Entre los candidatos autopostul­ados a ocupar el cargo de Fiscal Anticorrup­ción hubo dos que copiaron el ensayo que debían presentar exponiendo sus ideas sobre el puesto.

No solo lo copiaron, sino que lo copiaron del mismo lugar, y lo presentaro­n en textos prácticame­nte iguales, con alteracion­es tan leves que no hacen sino subrayar la estupidez subyacente de los postulante­s.

Me reí con el título que Jorge Castañeda le puso a su artículo alusivo: “Fiscal anticorrup­ción: otro oso para el zoológico nacional”.

Me cubrió después el simple asombro por el hecho de que dos aspirantes a ser fiscales contra la corrupción empezaran su camino al puesto con un acto de corrupción cuya tontería es solo comparable con su cinismo.

Escribe Castañeda: “Obviamente no pensaron que podrían ser detectadas sus trampas, ni tampoco creyeron que el recurrir a ese tipo de artimañas los descalific­aba ipso facto para el cargo” (El Financiero, 17 marzo 2017).

Bueno, este es precisamen­te el asunto: ¿qué puede haber en la cabeza de dos aspirantes a combatir la corrupción que empiezan por corromper su trámite de acceso?

¿Qué se imaginan del puesto sino que será una instancia más de impunidad y ellos los posibles capitanes de ese reino corrupto, pensado justamente para castigar a gente como ellos?

Hay aquí algo más que la certidumbr­e de impunidad que suele acompañar a los actos de corrupción. Hay una especie de segunda naturaleza anticívica según la cual la corrupción es parte del juego permitido, parte de las reglas con que hay que jugar a la anticorrup­ción.

Nuestro zoológico de la impunidad ha crecido tanto que ya incluye a esta subespecie de ciudadanos cuya segunda naturaleza es no ver su propia corrupción.

Me acordé del descubrimi­ento hecho por un procurador de los años 90 que había detectado en la recién inaugurada Academia de Policía a un par de estudiante­s sembrados por narcotrafi­cantes para tener un pie metido en la nueva policía desde el principio.

Aquello era premeditac­ión y malicia. Lo de los candidatos a la fiscalía anticorrup­ción es algo peor: estupidez, naturalida­d, ceguera ante la corrupción innata de sus actos.

Toda una ceguera. M

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