El arte rupestre asiático es vasto e inexplorado
El arte rupestre es uno de los secretos mejor guardados del Sudeste asiático, donde existen yacimientos menos conocidos pero más antiguos que en otras partes del mundo y una región en la que los expertos vaticinan nuevos hallazgos. La razón de esa expectativa es la particular geología del subcontinente, rico en estratos rocosos horadados por multitud de cuevas que no siempre han sido exploradas con metodología científica.
Desde que en 1830 hubo el primer hallazgo en Singapur, se han localizado mil 500 yacimientos, más de la mitad de ellos entre Indonesia y Tailandia.
El yacimiento más abundante está en el norte de Malasia, donde en Gua Tambun se contabilizan cientos de figuras de hombres y animales. Pero la región está escasamente explorada desde el punto de vista del arte rupestre.
Según Noel Hidalgo Tan, especialista del Centro Regional de Arqueología y Arte, con sede en Bangkok, los países con más posibilidades de proporcionar próximos hallazgos son Laos y Birmania, en los que se han realizado pocos trabajos de campo. “La región está bastante inexplorada desde la perspectiva del arte rupestre y, si tuviera que hacer una predicción, diría que los países donde se encontrarán más yacimientos son Laos y Birmania, quizá también Camboya”, declaró Hidalgo Tan. m
Cada pocos días hay actuaciones decepcionantes de figuras públicas, aunque también hay ejemplos de pertinencia; en aras de ello, negar una crisis obvia donde la discordia divide sería muy cínico, pero tampoco basta para transformar el paraíso en un páramo de exilio, o sea dejarse dominar por la irracionalidad. Entre los conflictos y las leyes, las decisiones y los imperativos de la naturaleza, resulta una proeza que depende de nuestra capacidad al matizar.
Cuando azar y destino se bifurcan, son nulas las alternativas de rehuir lo irrevocable. En el futuro, la vida recuenta y perdona pecados, no errores o tanteos (si cabe decirlo así), que suelen cernirse en los reveses de la fortuna. Dentro de sus desavenencias a veces tenemos alguna agradable sorpresa como Un asesino en escena de Ngaio Marsh (Siruela, 2017), que sugiere reinventar el suspenso volviendo la fatalidad una experiencia interdisciplinaria que comprenda sin hacer distinciones.
Cuestionar la existencia de su dramaturgia parece impensable, ¿qué circunstancias escénicas, sociales y políticas le favorecieron? responde a esta pregunta de índole histórico, rompiendo con la dictadura de un esquema teatral propio del género, al revalorar lo “doméstico” e invita a elaborar una lectura estética del acto criminal. Marsh expresa los sucesos cotidianos de tal forma que cada quien juegue un papel protagónico pues todos somos parte de la realidad. ¿Se puede pensar la muerte; se puede transmitir el dolor mediante la escritura? Claro que sí y este relato fiel del caso del Unicorn deja de lado un estilo vieux jeu, develando la identidad del verdugo casi inmediatamente. Aun así faltarán elementos para averiguar de qué modo acaba la función, que comienza apenas con el nombre del culpable.
Temo que hoy hasta el poeta sea un actor y, distrayendo la razón, finja que es dolor el dolor que en verdad siente (parafraseando a Pessoa). De ser así, la mayor verdad debería considerarse la muerte y la única mentira la vida. Parece un mal generacional que si uno va al teatro a ver una obra sobre la revolución, no salga con ganas de revolución, sino de teatro. m