Milenio

La ciudad y el agua

- ctello@milenio.com *Investigad­or de la UNAM (Cialc) CARLOS TELLO DÍAZ*

¿Qué pasaría si deja de llover como siempre ha llovido, si hay periodos prolongado­s de sequía en las reservas naturales de donde la ciudad extrae el agua que consume?

Cambio en el clima, cambio en las ciudades”. Con este título apareció hace más o menos un mes, en el New York Times, un reportaje de Michael Kimmelman sobre la crisis del agua en la Ciudad de México. Sobre la crisis hoy, sobre la crisis que viene. El reportaje es, dice el periódico, “el primero de una serie de artículos sobre la forma en que el cambio climático está amenazando a los grandes centros urbanos del mundo”.

Por primera vez en la historia de la humanidad, hoy, en este siglo que comienza, hay más personas que viven en las ciudades que personas que viven fuera de ellas. El cambio climático agudizará los problemas de todas esas ciudades: habrá más lluvias, más intensas (que causaran inundacion­es); también más sequías, más agudas y más prolongada­s (que provocarán escasez de agua). Es algo que sabemos ya, pero para lo que no estamos preparados. “A diferencia del tráfico y el crimen, el cambio climático no es algo que la gente pueda ver o sentir fácilmente. No es ciertament­e algo de lo que hablan todos los días los habitantes de la Ciudad de México. Pero es como una tormenta que se aproxima, tensando un tejido social ya muy precario y amenazando con empujar a una gran ciudad hacia un punto de quiebre”. Ciudad de México importa 40 por ciento del agua que consume desde fuentes muy remotas, para luego desperdici­ar cerca de la mitad a lo largo de 13 mil kilómetros de tuberías. ¿Qué pasaría si deja de llover como siempre ha llovido, si hay periodos prolongado­s de sequía en las reservas naturales de donde la ciudad extrae el agua que consume? No estamos preparados para ese escenario.

Pero la crisis no está allá, en el futuro: la crisis está aquí y ahora para una parte muy importante de la población. Alrededor de 20 por ciento de los habitantes de la ciudad no cuenta con agua de llave todos los días: uno de cada cinco. Para muchos de ellos, el agua está solo disponible una vez a la semana. En Iztapalapa, donde viven 2 millones de personas, la gente hace colas todos los días para tener acceso a una pipa de agua. En lugares más remotos, donde no llegan las pipas de agua, la gente carga el agua en cubetas hasta sus casas. Estas son las cifras del New York Times: los habitantes más pobres de la ciudad, que consumen un promedio de 10 galones de agua por persona al día, pagan por ella alrededor de 10 por ciento de su ingreso mensual, mientras que los habitantes más ricos de la ciudad, que consumen a su vez un promedio de 100 galones por persona al día, pagan por esa agua la décima parte de lo que pagan los más pobres. La crisis está aquí y ahora. La vemos si miramos a nuestro alrededor. La ciudad ocupaba un área de 45 kilómetros cuadrados en 1950; ahora ocupa un área de 4 mil 500 kilómetros cuadrados de asfalto y de concreto, que impiden que el agua de la lluvia se filtre para llegar al subsuelo. Y seguimos sacándola de nuestros acuíferos. Las consecuenc­ias aparecen a la vista. El Palacio de Bellas Artes está hundido; el Sagrario de la Catedral está chueco; la parte trasera del Palacio Nacional está inclinada; todo el barrio que rodea la Columna de la Independen­cia ha naufragado (ha sido necesario construir 14 escalones desde la calle para poder llegar a lo que era la base del monumento al ser construido en 1910).

Estos son nuestros problemas, los que debemos enfrentar para darles solución. ¿Qué hace el gobierno de la ciudad al respecto? M

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