Milenio

LA MUERTE DE COLOSIO VEINTITRES ANOS DESPUES

- JORGE MEDINA VIEDAS*

Estoy convencido de que hoy, en México, muchas cosas fueran distintas si hace 23 años no hubieran matado a Luis Donaldo Colosio.

Porque tampoco hubiera sido necesario asesinar a José Francisco Ruiz Massieu, meses después.

Y tal vez la lava de rencor y frustració­n social que trajeron aquellos hechos ni los fenómenos que siguieron de corrupción, crisis, violencia y la pobreza imparable hubieran crecido; como tampoco las formas destructiv­as de la convivenci­a y del estado de derecho hubieran sembrado tanta desconfian­za en los ciudadanos a lo largo de esta etapa.

Y sí extremamos, habrían sido remitidas las circunstan­cias que derivaron en el momento infernal que hoy mismo enfrentan millones de mexicanos.

Todo tiene su correlato. Es cosa de recordar. A finales de los años ochenta del siglo pasado, grandes manchas de sombra en el cielo de México siguieron a la revuelta ciudadana que provocó el nuevo cardenismo. Ese fue el parteaguas decisivo, sin duda.

A pesar de que tres años después el partido en el poder recompuso sus fuerzas y recuperó muchos espacios políticos, la cultura política antisistem­a ya se había propagado como una plaga, con una fuerte presencia en todos los medios de comunicaci­ón.

Las palabras que más resonaban eran fraude electoral y democracia. Se suponía que ésta última resolvería de raíz el malestar político y lo que implicaba social y económicam­ente.

Otros ámbitos, distintos a la política, fueron cambiando; la gente no fue la misma, endureció la piel, se volvió más incrédula y exigente. En muchos se notaba la rabia, el rencor se acentuó y la protesta tomó otras formas y niveles sociales.

Ante el auge de la pobreza, la riqueza ya no fue motivo de respeto y en la opinión pública se conocieron e indagaron sus orígenes, en muchos casos ilícito. Riqueza no fue sinónimo de prestigio, menos si la ostentaban los políticos.

Eran los prolegómen­os de un proceso que llevaba hacia el fin del régimen.

Luis Donald o Colo si o fue candidatoa­la Presidenci­a de la República en ese contexto. Enfrentó el levantamie­nto armado del EZLN y las rupturas en su organizaci­ón. Era obvio que la situación ya era grave.

En su campaña compitió como un demócrata liberal y daba ya sus primeros pasos hacia su radicaliza ción política. El histórico discurso del 6 de marzo es una pieza de lucidez republican­a y compromiso popular. No hay nada más que añadir.

La entrega y el coraje

Hoy lo que parece prevalecer es que el atentado que le quitó la vida pudo ser fruto de una conspiraci­ón. Nunca he tenido elementos para asegurarlo y no me dejo guiar por nada ni por nadie para llegar a esa conclusión. No lo pensé siquiera en un primer momento.

Esmás,escribí —ensimismad­o, reconozco— que su muerte había sido un golpe contra el presidente.

Es tanta la morbosidad y la cantidad de mentiras que se han dicho al respecto, que todo lo que se hable ahora de nada sirve.

Pero no tengo duda alguna de que en poco tiempo, en menos tiempo del que él mismo esperaba, quedó atrapado en las presiones propias del poder, cuando los poderes fácticos llevan a cabo su labor depredador­a. Fue un proceso rápido de dolorosos y difíciles aprendizaj­es, de duros despertare­s.

Todos sus valores entraron en contradicc­ión.

Semanas antes del 23 de marzo de 1994, Colosio se encontró en el callejón sin salida. Su coraje, su honestidad y su calidad humana lo hicieron mantenerse en la candidatur­a. Había tomado la decisión de dar su vida por cambiar el país, a sabiendas de que eso significab­a tener que romper con sus mentores políticos.

Digo lo anterior basado en la informació­n que compartía con sus reales y más cercanos amigos a Colosio. En trozos viví la escena previa al final de esta parte de la historia trágica de México. Estuve en su radio de operación y lo observé de cerca días y horas antes. Cuando estaba con sus gentes más íntimas nunca hablábamos de rutinas políticas del candidato, sino de él, de Luis Donaldo, de su estado de ánimo, de sus comentario­s privados, de sus gestos y palabras clave.

Veinticuat­ro horas antes de Lomas Taurinas, me topé con Colosio, noté su mirada vidriosa, sus ojos eran los de un ser acosado, pero a la vez de un hombre iluminado por una haz que lo guiaba a un destino inevitable.

Tal vez no creyó que sería tan pronto ni fatal.

Lo anterior es una visión muy personal, repensada con los años, fruto de una creencia muy anterior, invariada, de que fuerzas superiores, perversas, representa­ntes de los más altos intereses, dispusiero­n destruir con él un proyecto que podría haber producido una de las grandes reformas del México moderno.

¿Por qué y quién? No se sabrá nunca.

Lo cierto es que esas fuerzas tomaron en sus manos la vida de Colosio y el destino de México.

Y para lo sucedido, espero que sirva lo siguiente:

Los buenos se entregan a las percepcion­es humanas, Y no piensan por sí mismos Hasta que la Experienci­a les enseña a capturar

Y enjaular a las Hadas y los Elfos

Y entonces el Truhán empieza a gruñir Y el Hipócrita a aullar; Y todos sus buenos Amigos revelan sus designios personales,

Y el Águila se distingue del Buho.

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El político y economista mexicano Luis Donaldo Colosio Murrieta (1950-1994).

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