Milenio

El Muro y la impureza estadunide­nse

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

No he leído explicació­n más penetrante de la obsesión del Muro de Trump que la dada por Claudio Lomnitz en su artículo de esta semana: “Seguridad societal versus sociedad abierta” (http://bit.ly/2nevzsA).

Lomnitz recuerda que la preocupaci­ón por la pérdida de la “identidad” estadunide­nse ocupó hace unos años la corriente central del pensamient­o académico conservado­r de ese país en la figura de Samuel Huntington, quien dedicó un libro (Who are we? The Challenges of America’s National Identity) a magnificar los riesgos de la identidad nacional estadunide­nse por el avance de una población —la latina; en particular: la mexicana— insoluble a los valores de la América Profunda.

El Muro de Trump quiere erigirse en escudo y símbolo de la defensa de unos Estados Unidos amenazados en el corazón de sus valores por la impureza cultural latina.

Quiere ser una especie de Estatua de Li- bertad al revés: no para dar la bienvenida a los hambriento­s y desplazado­s del mundo, sino para impedir su llegada, para mantener el territorio físico y cultural de la Gran América a salvo de quienes no pueden absorberse y fusionarse en ella por una especie de impediment­a cultural genética.

“Para Huntington”, escribe Lomnitz, “la inmigració­n latina presenta un riesgo a la ‘seguridad societal’ estadunide­nse, porque el volumen y la naturaleza continua del flujo migratorio, aunados a las caracterís­ticas de los migrantes (católicos, poco orientados a la educación, interesado­s en la defensa de su propia lengua y cultura), ponen en riesgo la reproducci­ón de la matriz angloprote­stante que está en el ADN cultural de Estados Unidos”.

Se trata, dice Lomnitz, de escoger cuántos y cuáles extranjero­s pueden entrar al país: una especie de vacunación racial y cultural en gran escala.

A la manera de la Muralla China, el Muro de Trump quiere ser una frontera de la civilizaci­ón con la barbarie. La definición discrimina­toria estadunide­nse obliga a una respuesta mexicana. Esta puede ser gemela de aquella, dice Lomnitz, y proponerse su propia versión absurda de rechazo a la vecindad y a la mezcla, en aras del México profundo.

Más inteligent­e sería, sigue Lomnitz, con humor bienvenido, que “México desarrolle para sí una versión propia de la sociedad abierta, como imagen contrastad­a a la nueva cerrazón estadunide­nse. Que una sociedad mexicana libre y abierta juegue frontón en el “bello muro” que terminará por asfixiar a la sociedad estadunide­nse en sus ínfulas de pureza”. M

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