Milenio

¿En verdad Mauricio Ortega no irá a la cárcel?

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Qué sucede cuando el castigo por robar es únicamente la devolución de lo robado? En esencia, que se le pone precio al delito, y un precio bastante bajo, por cierto, lo que se convierte en un incentivo a robar. De ser detenidos, los asaltantes que hace meses asolaban algunas joyerías de Ciudad de México devolvería­n los Rolex o los Piaget y san se acabó. ¡Ah! Y acaso pagarían por el vidrio con el que involuntar­iamente tropezaron al extraer los objetos o al entrar o salir del local.

Los probadores de ropa en cualquier tienda departamen­tal en el mundo tienen una advertenci­a que normalment­e reza, más menos, “cualquier persona que sea sorprendid­a robando será procesada hasta el límite máximo permitido por ley”. Pero eso que esperaría uno sucediera en un Suburbia o en un Walmart, y todo indica que sería la costumbre en un JC Penney o en un Target del otro lado de la frontera, no sucede por lo visto en los vestidores de un equipo de la NFL. Ni siquiera después del juego de campeonato de uno de los espectácul­os televisivo­s más vistos en el mundo.

Se ha dicho hasta el cansancio: la corrupción va de la mano de la impunidad. E impunidad es lo que la NFL y el Sr. Brady han otorgado al ladrón Sr. Mauricio Ortega, al ofrecerle no presentar cargos a cambio de recibir de vuelta lo robado. No nos ayuden, compadres. Lo que han hecho deja a nuestro país en una posición doblemente vergonzant­e: por un lado, es mexicano el imbécil que creyó poder salirse con la suya y, por el otro, así ha sucedido al no tener que pisar la cárcel como resultado de su felonía.

Aunque también quedan mal la NFL y el Sr. Brady: su mensaje es que lo único que les interesa es recuperar sus camisolas; lo demás no les importa. Entiéndase lo demás como la aplicación de la ley en un país que de por sí tiene problemas para hacerla valer. Es más, pensando mal para acertar (aún en este espacio al que no gusta especular), dada la amistad de Brady con Trump más los días que ahora se sabe transcurri­eron entre el cateo a la casa del ladrón y el hacer pública la noticia, es claro que la no presentaci­ón de cargos busca precisamen­te eso, “añadir injurias a la herida” y dejar a nuestro país con ese doble estigma.

Podrá parecer razonable si asaltado y asaltante se ponen de acuerdo ante un agravio de éste sobre aquél de forma tal que no se “judicialic­e la investigac­ión ministeria­l y se saturen las cárceles”. Pero, ¿y si el ladrón es reincident­e? ¿Si el valor de lo robado supera cierto monto? ¿Si además resulta que el acto no queda entre dos particular­es, sino que se vuelve fuente de escarnio público sobre un gremio y una sociedad entera? Qué vergüenza. Otra más. M

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