Milenio

Los amigos

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Un año más LA VIDA me permitió compartir otra tarde con un numeroso grupo de amigos. Unos, personales; otros, de mi mujer y de mis hijos.

Había de todas las edades, de todos los niveles intelectua­les y sociales, de diversas creencias, costumbres, vidas íntimas y tradicione­s, de ideas políticas y religiosas opuestas y confrontad­as. Era el mosaico de México, pero con una diferencia: había respeto y concordia. Llegaron de toda la República y del extranjero. Más de un centenar de niños gozaban su libertad en los jardines, mientras a cada uno de nosotros nos acompañaba nuestro pasado, con el debe y el haber que tenemos frente a México.

El respeto entre tantos y tan diferentes logró que festejáram­os un año más vivido por el convocante y, por consecuenc­ia, también por los convocados. Los que no pudieron llegar también estuvieron allí, mis amigos jamás me son ausentes.

Vale reflexiona­r que nada fuera de nosotros puede ser nuestro, ni siquiera la vida que tan fugazmente tenemos. ¿Cuántas cosas alcanza a poseer un hombre que la caprichosa fortuna no le quitará en un instante? Solamente sobreviven en la memoria los amores, las experienci­as, los momentos, las ideas, las acciones y las emociones, ante el ir y venir del destino que va dando por un lado lo que va quitando por el otro.

La felicidad sola no es feliz, necesita ser compartida. Los amigos de verdad son tesoros que vamos tomando —y nos van aceptando— en nuestro paso por la vida. Son tesoros porque laten con nosotros, le dan peso a nuestras ideas, le dan más fuerza a nuestras fuerzas, mitigan nuestros dolores y soledades, y hacen de la vida algo más digno de ser vivido, algo más disfrutabl­e.

Los círculos virtuosos que se generan por el trato entre amigos de verdad, a pesar de las diferencia­s que resultan irreductib­les, nos permiten ver más allá de la carne y de lo pobre o rico de los ropajes y de la fama; al asomarnos a sus ojos y buscar en sus almas hallamos valores que a veces la corteza cubre o la maledicenc­ia niega.

Soy hombre de gran fortuna porque tengo amigos de verdad —con luces y sombras, como tengo yo— y aunque gano al darles mi amistad, más me enriquece el tener la suya. Esos amigos tienen algo de Dios, porque tal como ocurre con Él, tienden a devolver los afectos al ciento por uno.

Solos venimos y así nos iremos, pero entre esos extremos de nuestras vidas están los amigos que aprenden con nosotros y de nosotros, al tiempo que nos acompañan y nos ayudan a ser mejores.

Cuanta razón tiene Don Quijote al decirnos: Cuando entres en el corazón de un amigo, no importa el lugar que ocupes, lo importante es que nunca salgas de allí.

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