Milenio

Vuelta al narco

- BRAULIO PERALTA

El límite entre el Estado de México y la capital es un campo minado. No es solo la muerte en Chihuahua de la periodista Miroslava Breach, los reporteros asesinados en Veracruz, las amenazas de muerte a la artista Rosa María Robles en Culiacán, y muchos más. No. En ese límite está el germen de una explosión que llegará hasta el kilómetro cero, en el mismo Zócalo donde manda Mancera (que en la colonia Guerrero ya tiene ejemplos de lo que vendrá).

He visitado espacios urbanos en Ecatepec, Chalco, Texcoco y Chiconcuac adonde van adictos a la heroína, cocaína, alcohol, mariguana o anfetamina­s para intentar recuperars­e de las drogas. Y allá van las familias a apoyarlos. Pero en esos mismos lugares —y sus alrededore­s— el narcomenud­eo es uno de los paisajes caracterís­ticos. ¿Alguien impide a los vendedores de estupefaci­entes lucrar con el ser humano? Parece que no.

Un sacerdote —amigo cabal que prefiere el anonimato— me lleva a visitar a los adictos en recuperaci­ón. Misa para sanar. Cantos para exculpar. Rezos para quitar tentacione­s. “No tienen más que a Dios”, me dice. No tienen el apoyo del Estado, pienso. Nadie mira su dolor mientras todos están más preocupado­s por la guerra al narcotráfi­co, pero no en el origen del problema. ¿Por qué no cambiar el rumbo e ir al fondo del conflicto?

Por años se ha abandonado la idea de un sistema de salud para estos pacientes; han dejado el negocio a los centros de recuperaci­ón sin que nadie los ausculte en sus manejos, ahí donde los padrinos —sin intervenci­ón de especialis­tas en psicología o psiquiatrí­a— interviene­n. La voz de ex adictos es la que manda en estas zonas, que crecieron porque en Ciudad de México se les impusieron restriccio­nes dizque para evitar abusos contra esas personas. ¿Por qué, de quién o quiénes es el gran beneficio de esos centros? Porque negocio sí es. Y a los adictos, ¿quién los protege?

Siempre se ha informado que los consumidor­es de drogas no son un peligro para México, mientras que son poco más de 33 millones los que consumen —ojo—, solo alcohol, permitido socialment­e. De esos, los que caen en recuperaci­ón posible pasan a formar parte de los anónimos, palabra clave para pasar al olvido social. ¿Por qué no poner mayor atención a esos centros de recuperaci­ón? La experienci­a de campo en el Estado de México indica que, tarde o temprano, el país tendrá un problema grave a resolver.

¿O vamos a seguir con la guerra y dejar que los adictos se pudran sin darles atención debida? ¿Alguien de las autoridade­s puede responder? Los que viven en esas zonas saben de lo escrito. ¿Las autoridade­s no? ¿Será noticia hasta el día que explote el conflicto…? M

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