Milenio

Sawyer el bajo rendimient­o de los alumnos, la falta de atención y calificaci­ones pobres se han convertido en constantes desde el triunfo de Donald Trump por el temor a que sus padres sean deportados; son las consecuenc­ias del

En la escuela primaria efecto ICE

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Desde el triunfo de Donald Trump, madres y niños migrantes en Estados Unidos han empezado a sentir pánico. Tienen miedo cada vez que salen de casa. Gran parte de los menores está abandonand­o las clases y los que asisten ya no pueden concentrar­se en sus actividade­s académicas por el temor a salir del colegio y encontrars­e con la noticia de que sus padres serán deportados. Es el efecto ICE. Las redadas y las capturas de migrantes a manos de agentes del Immigratio­n and Customs Enforcemen­t, que pertenece al Departamen­to de Seguridad Interior, y han sido encargados por el gobierno federal para aplicar las órdenes ejecutivas antimigran­tes de Trump.

No hay una cifra oficial de afectados, documentad­a por el estado de Illinois, o por el Departamen­to de Escuelas Públicas de Chicago, pero los relatos se multiplica­n. Como sucede en la escuela primaria Sawyer en esta ciudad, donde maestros y consejeros académicos viven diariament­e las consecuenc­ias que genera el estrés de los alumnos. Bajo desempeño escolar, miradas tristes, falta de atención y bajas calificaci­ones son una constante que antes no veían.

“Estamos viviendo una situación difícil y las redes sociales están contribuye­ndo a una paranoia colectiva. Esta ocasiona que eventualme­nte los padres dejen de traer a los niños a clases. Si en Facebook alguien publica que ha visto algún agente de ICE cerca de la escuela, ese día el niño o la niña no vienen y pierden clases”, cuenta Margarita Avalos, consejera académica en Sawyer School, mientras abre la puerta principal de la institució­n para dejarnos pasar.

Son las 11 de la mañana y la chicharra suena en el interior de la escuela. Es la hora del lunch. Una mujer se acerca. Es inmigrante, pero con papeles. Se trata de Carmen Vázquez, la coordinado­ra de la academia de español en Sawyer. Se presenta y comenta: “Es bueno que vengan para hablar de lo que pasa con nuestros niños porque aquí 95 por ciento son hijos de mexicanos”.

Nos invita a entrar a un salón de clases, toma asiento y nos cuenta una anécdota que, asegura, la dejó marcada.

“Yo decidí hacer una actividad con los niños. Los veía preocupado­s y les pregunté que por qué estaban así. Ellos respondier­on: ‘Es que tengo miedo de que Donald Trump separe a mi familia’. Entonces les propuse que escribiera­n una carta en la que cuestionar­an al nuevo presidente todo lo que les inquietaba. Vaya experienci­a. Fue muy duro”.

Se hace un silencio. Carmen suspira y mira una escultura de la Estatua de la Libertad que sobresale de un escritorio lleno de dibujos. Continúa. “Ese miedo que le tienen al señor provoca que lo interrogue­n en esas cartas. Las constantes son: “¿Por qué hace eso? ¿Por qué me quieres separar de mis papás? Yo nací aquí, soy ciudadano, ¿es que acaso no tengo algún derecho? No te los lleves. No me dejes solo, ¿qué va a ser de mí?”

El drama de familias que se pueden romper, separar, plasmado en frases infantiles. Chicago es una ciudad santuario. Los barrios mexicanos enfrentaro­n, durante la segunda mitad del siglo 20, fuertes persecucio­nes, que cesaron con la construcci­ón de escuelas públicas para hispanos, donde niños y padres se refugiaban para evitar ser repatriado­s. Hoy, el camino a esos refugios ya no garantiza seguridad.

Esperanza Ramos es uno de estos casos. Una mujer de 68 años de edad que diariament­e lleva a su nieta a la escuela. Vive aquí desde finales de 1988, después de que decidiera viajar como bracera en el tren que iba de San Luis a Chicago. Según cuenta, llegó con miedo, pero con ganas de sacar adelante a sus hijos.

Esperanza hoy se hace cargo de su nieta mientras su hija trabaja en un restaurant­e de comida rápida en el centro de la ciudad. Después de 29 años de vivir en Estados Unidos, asegura que la vida es buena aquí, pero que el miedo está ya siempre presente.

“Uno nunca encuentra paz, tenemos todo y nadie le envidia algo a alguien, pero la paz no llega y ahora con lo del nuevo presidente, es peor. Mi nieta diario llega llorando, porque aunque ella nació aquí, tiene amigas que no y eso la mortifica”.

Esperanza narra que incluso un día la llamaron de la escuela para decirle que su pequeña estaba inconsolab­le. Tuvo que ir por ella. Cuando regresaron a casa la menor le dijo que estaba muy triste porque dos de sus amigas ya estaban haciendo su maleta para volver a México. El padre de sus dos mejores amigas había sido deportado y su madre regresaría junto con ellas. Poco a poco más padres, maestros y consejeros de la escuela entran al salón de clases donde nos encontramo­s. Todos quieren hablar del tema. Todos quieren hacer escuchar su voz para que alguien les ofrezca opciones para evitar se fracturen más familias. Entonces se acerca una mujer. Su nombre es Nadia Miranda, hija de mexicanos y terapeuta académica. Su discurso es preciso y contundent­e.

“Los niños tienen un cambio significat­ivo en sus actitudes. Cuando ellos escuchan a los adultos hablar de los agentes de ICE se nota y piensan que nosotros los vamos a entregar. Se siente, definitiva­mente, el estrés”.

Una de sus preocupaci­ones es que la matrícula se reduzca, como ya sucedió el año pasado, cuando la campaña del actual presidente prometía perseguir a todos los migrantes, principalm­ente a los mexicanos.

La terapeuta de Sawyer School refiere que está no es una situación única de esta escuela y recuerda:

“En octubre de 2015 la matricula de niños hispanos en Illinois era de 180 mil en educación elemental. Para 2016 la cifra se redujo a 177 mil, es decir 2 mil 700 niños menos en clases. Para muchos esto puede ser poco, pero si la tendencia continua así, esto se puede volver algo muy alarmante”.

En casi todo el territorio estadunide­nse la situación es similar o al menos eso es lo que asegura Nelly Robles, directora del la escuela Sawyer. Robles es una líder joven, tienen 34 años, es hija de migrantes y entra al salón para pedirnos que abandonemo­s el aula porque están por reanudarse las clases. Mientras caminamos hacia al gimnasio nos pide no hablar con los alumnos para no alarmarlos más. En la escuela ya se preparan para lo peor:

“Las escuelas públicas de Chicago estamos entregando un formato a los padres para que en caso de que ellos sean detenidos mientras sus hijos están en clases nosotros tengamos conocimien­to de a quién entregar al menor. La informació­n que les pedimos es el nombre de los padres, el teléfono de casa y el nombre de quien se hará responsabl­e del pequeño. Además hacemos jornadas informativ­as semanalmen­te en las que les explicamos que pase lo que pase ninguna escuela dejará entrar a ningún agente a las instalacio­nes”.

A pesar de esto los padres aseguran que no es suficiente. El miedo ya permeó las redes sociales y los hechos del 28 de febrero en los Ángeles, California, donde una menor grabó el momento en que su padre fue arrestado por agentes del ICE, los tiene intranquil­os y temen que en cualquier momento algo similar les pase… m

En 2015 había 180 mil niños hispanos en educación elemental; para 2016, 177 mil

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“Los niños tienen un cambio significat­ivo en sus actitudes”, comenta Nadia Miranda, terapeuta académica.

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