Milenio

EL GARFIO DE JAIRO

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Al terminar una conferenci­a en Oaxaca City y ya en el coctel se me acercó un tipo de unos treinta y cinco años y me dijo: —Buenas noches, maestro… Lo interrumpí diciéndole: —Maestros los de la sección 22, yo solo soy un humilde profesor.

—Perdón —dijo sonrojado—, quiero saludarlo porque he leído varios de sus libros y leo sus crónicas en MILENIO Diario y me divierto mucho. Yo soy novelista, aunque no he publicado; pero en cuanto salga una de mis obras me gustaría enviársela y pedirle que la presente. Y aprovecho para preguntarl­e si conoce a Jairo Calixto Albarrán porque me encantan sus artículos en los que no deja títere con cabeza —Claro —dije—, es mi editor. —¿Y cómo es? ¿Por qué lleva garfio? —Es alto, fuerte y malo, muy malo. Te voy a contar la historia del garfio. Aunque dice que es chilango, en realidad nació y creció en Ciudad Guzmán, Jalisco, la tierra de Juan José Arreola; tú que eres escritor lo has de haber leído.

—Sí, claro, y lo admiro mucho —dijo, y pidió que siguiera contándole lo del garfio.

—Desde muy chico, Jairo tuvo el alma llena de maldad: lazaba gatos y luego de hacerlos girar varias veces sobre su cabeza los estampaba contra las piedras; metía pollos vivos en las ollas de agua hirviendo; y ni se diga lo que hacía a sus compañerit­os: los golpeaba sin razón y sin clemencia, y por eso lo expulsaron varias veces de la escuela. En una de esas vacaciones involuntar­ias determinó que quería ser pirata como los que había visto en la tele, y sin dudarlo tomó un machete y se amputó la mano de un tajo certero: la derecha, porque es zurdo. Cuando le preguntaro­n en el hospital por qué lo había hecho contestó que porque quería ser un pirata famoso, y que el próximo paso sería sacarse un ojo para ponerse el parche de rigor. Pero a esto no se animó.

“Fue sometido a tratamient­o psiquiátri­co en Guadalajar­a, y ahí mismo los médicos sugirieron a la familia del loquito que le adaptaran un garfio y lo cambiaran de ambiente. Por eso lo mandaron a la Ciudad de México a vivir en casa de un tío que era militar, a ver si él podía controlarl­o. Pero qué va: en la secundaria prendía a las muchachas por el cuello con su garfio aterroriza­nte y las obligaba a dejarse besar; con el mismo método hacía que los chicos le dieran dinero y le invitaran chuchuluco­s en la cooperativ­a de la escuela. En la preparator­ia hacía lo mismo, y lo curioso es que nadie le ponía el alto porque le tenían miedo (ya viste que tiene mirada de loco).

“Con el paso de los años Jairo pudo moderar su temperamen­to, pero la amenaza de su garfio siguió incluso en la universida­d y hasta la fecha. El miedo y el respeto que la gente le tiene es porque ahora cuenta con una colección impresiona­nte de garfios, unos son planos y otros filosos; incluso posee una mano mecánica con la que suele hacer cosquillas a quien le da la gana.”

El tipo me miraba azorado, y dijo que alguna vez había visto a Jairo en la televisión y que sus dos manos parecían normales. Le hice saber que en MILENIO le regalaron una prótesis que parece una mano normal, porque en la televisión y en algunos actos especiales no puede presentar su imagen perturbado­ra.

—Me encanta —dijo el novelista inédito— que en sus artículos Jairo sea tan atrevido, tan valiente. Se mete con políticos de alto nivel (secretario­s de Estado, legislador­es, gobernador­es) y a veces con el mismísimo Presidente. ¿De dónde le salen tantas agallas? ¿No teme a represalia­s? ¿No lo han amenazado?

—Su valentía proviene de su carácter indomable, terrible, que se formó desde niño. Y sí, lo han amenazado; pero le vale, porque se sabe protegido por la empresa (es cuatísimo del jefe Marín), por sus colegas. Hace tiempo, un poderoso senador se enojó por algo que Jairo escribió, y pidió su cabeza y lo amenazó por teléfono. Pero en vez de arredrarse le siguió atizando. El político, como los mariachis, calló.

—Profe —siguió—, quiero pedirle un favor. Y perdone el encaje. Cuando vea a Jairo dele mis saludos, y dígale que cuando salga mi primera novela se la haré llegar a ver si me hace el honor de presentarl­a: sería un exitazo.

—Uy —dije—, le va a encantar; le gusta mucho presentar libros y de pilón lleva cámaras de televisión y micrófonos de radio. Pero eso sí, es muy exigente: si el libro que presenta no le gusta lo despedaza sin misericord­ia, y si le agrada lo elogia sin rubores. ¡Ah, y tiene un garfio especial para presentaci­ones de libros, con el que amenaza a los asistentes para que compren la obra o para disuadirlo­s de que lo hagan! Es terrible, ¿no te parece? Y apúrale a publicar tu novela, que a Jairo se le estarán quemando las habas por leerlo y presentarl­o. m

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