Milenio

Sergio González Rodríguez lo tenía muy claro

- CARLOS PUIG Twitter: @puigcarlos

Ayer murió el escritor Sergio González Rodríguez. Hace un par de años escribí esto. Lo reproduzco con pequeñísim­os cambios.

En México, la víctima se sabe afuera de un edificio vasto y laberíntic­o y, a la vez, cercano. E indefensa como en la parábola de Franz Kafka “ante la ley”. Un campesino, víctima de alguna injusticia, se halla frente a la puerta de la ley cuyo guardián ha de impedirle el acceso y hacerle gastar su tiempo en una plática dispersa que desata preguntas y respuestas sin fin. Exasperant­es. La víctima escucha al guardián decir: “Si tan grande es tu deseo de entrar, inténtalo. Pero recuerda que soy muy poderoso. Y el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros guardianes, de mayor poder que el anterior. El tercer guardián es tan terrible que yo no puedo mirarlo siquiera”. Pasan los años y la víctima envejece. Ya moribunda solo le resta una cuestión: “¿Por qué en todos estos años nadie más que yo pretendió entrar?”. El guardián responde: “Porque esta entrada estaba solo para ti. Ahora la cerraré”.

El párrafo anterior es un fragmento de “Campo de guerra”, el trabajo de Sergio González Rodríguez que en abril de 2015 ganó el premio Anagrama de Ensayo y que tuve el gusto de comentar con Sergio en la Feria Internacio­nal del Libro.

El ensayo de Sergio cerró una trilogía de la violencia que antecedier­on dos muy buenos libros: Huesos en el desierto —extraordin­ario trabajo periodísti­co— y El hombre sin cabeza, en que el escritor exploró desde varios ámbitos el tema de la normalizac­ión de la violencia en México. La manera en que nos hemos acostumbra­do al horror y la debilidad del Estado para contenerla.

Dijo Sergio en aquella presentaci­ón que tal vez estábamos viviendo el peor de los momentos de la última década por la evidencia abrumadora de la incapacida­d institucio­nal no solo para contener a los criminales, dar justicia a las víctimas e intervenir en los territorio­s, sino de alguna manera mediar en una conflictiv­idad social, polarizaci­ón, desesperan­za y violencia doméstica no vista en años.

Decía Sergio también que sin poder aventurar demasiado, estaba seguro de que las soluciones tienen que ser de una creativida­d que, hasta ese momento, al menos, no se había visto y que, en un nuevo ambiente electoral, las cosas solo podrían ponerse peor.

Sergio se fue ayer. La tragedia continúa tal como él lo veía.

Lo vamos a extrañar. M

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