Coherencia: ni hijos a escondidas ni fortunas mal habidas
Como dice la canción, ¿y tú, de qué vas? Yo voy de militante de izquierdas, te responderá por ahí alguno. Muy bien, pues esa mentada condición no debiera permitirle un ostensible bienestar material a quien la presume: prohibido totalmente el más mínimo acercamiento al mundo del lujo: nada de conducir un BMW, de garrapatear con lapiceros Montblanc, de cenar en restaurantes de postín o de llevar trapos de Hermès. ¿Por qué? Porque parecido estilo de vida es afrentoso para las clases populares y resulta de la indebida concentración de la riqueza en manos de capitalistas explotadores.
Vuelves a preguntar ¿de qué vas? y se aparece inmediatamente otro que se ufana no sólo de ser un líder religioso sino de predicar severamente la práctica de la “moral y las buenas costumbres”. Y, como ya sabemos que los pecados de la carne están clarísimamente consignados en las ordenanzas de nuestra religión no oficial —pero mayoritaria—, pues entonces ni manera de imaginar que ese hombre de la Iglesia pueda siquiera perpetrar contravenciones tan comunes como resultar padre biológico de un par de criaturitas o consumar hebdomadarios acostones con la comadre.
¿Y tú, de qué vas?, neceas. Se asoma un tercero que, esta vez, proclama su cabal, indeclinable, irrenunciable, firme y recia vocación por el servicio público. Un político, o sea (o, digamos, un dirigente sindical). Pues, señor mío, no me vaya usted a salir con su batea de babas de que se agenciará un colosal patrimonio inmobiliario y abundantísimos bienes muebles. Vistos los ajustados emolumentos mensuales recibidos en el ejercicio de sus funciones, resultará totalmente antinatural, aparte de indebido, que haya podido atesorar parecida fortuna.
¿De qué estamos hablando, señoras y señores? Por un lado, de que la muy consustancial concupiscencia de los humanos no es obligadamente condenable —digo, el deseo sexual es lo que lleva a las parejas a tener hijos— y, por el otro, de que la riqueza tampoco es en sí misma pecaminosa ni nada parecido. Pero, caramba, cuando vas por el mundo lanzando condenas, denunciando a los demás, acusando al prójimo de “inmoral” o “degenerado”, prometiendo soluciones y denostando a los “ricos y los poderosos”, pues entonces sí que tendrías que ser el primerísimo en privarte de todos esos posibles placeres. Coherencia, se le llama a esto. M