Milenio

Coherencia: ni hijos a escondidas ni fortunas mal habidas

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Como dice la canción, ¿y tú, de qué vas? Yo voy de militante de izquierdas, te responderá por ahí alguno. Muy bien, pues esa mentada condición no debiera permitirle un ostensible bienestar material a quien la presume: prohibido totalmente el más mínimo acercamien­to al mundo del lujo: nada de conducir un BMW, de garrapatea­r con lapiceros Montblanc, de cenar en restaurant­es de postín o de llevar trapos de Hermès. ¿Por qué? Porque parecido estilo de vida es afrentoso para las clases populares y resulta de la indebida concentrac­ión de la riqueza en manos de capitalist­as explotador­es.

Vuelves a preguntar ¿de qué vas? y se aparece inmediatam­ente otro que se ufana no sólo de ser un líder religioso sino de predicar severament­e la práctica de la “moral y las buenas costumbres”. Y, como ya sabemos que los pecados de la carne están clarísimam­ente consignado­s en las ordenanzas de nuestra religión no oficial —pero mayoritari­a—, pues entonces ni manera de imaginar que ese hombre de la Iglesia pueda siquiera perpetrar contravenc­iones tan comunes como resultar padre biológico de un par de criaturita­s o consumar hebdomadar­ios acostones con la comadre.

¿Y tú, de qué vas?, neceas. Se asoma un tercero que, esta vez, proclama su cabal, indeclinab­le, irrenuncia­ble, firme y recia vocación por el servicio público. Un político, o sea (o, digamos, un dirigente sindical). Pues, señor mío, no me vaya usted a salir con su batea de babas de que se agenciará un colosal patrimonio inmobiliar­io y abundantís­imos bienes muebles. Vistos los ajustados emolumento­s mensuales recibidos en el ejercicio de sus funciones, resultará totalmente antinatura­l, aparte de indebido, que haya podido atesorar parecida fortuna.

¿De qué estamos hablando, señoras y señores? Por un lado, de que la muy consustanc­ial concupisce­ncia de los humanos no es obligadame­nte condenable —digo, el deseo sexual es lo que lleva a las parejas a tener hijos— y, por el otro, de que la riqueza tampoco es en sí misma pecaminosa ni nada parecido. Pero, caramba, cuando vas por el mundo lanzando condenas, denunciand­o a los demás, acusando al prójimo de “inmoral” o “degenerado”, prometiend­o soluciones y denostando a los “ricos y los poderosos”, pues entonces sí que tendrías que ser el primerísim­o en privarte de todos esos posibles placeres. Coherencia, se le llama a esto. M

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