Milenio

Adiós a Sartori

- CARLOS TELLO DÍAZ* ctello@milenio.com

Estuvo siempre muy cerca de México. Tuvo aquí buenos amigos. Fue doctor honoris causa de la Universida­d de Guadalajar­a y de la UNAM, y recibió el Águila Azteca

Giovanni Sartori murió el pasado 1 de abril en Roma, aunque la noticia de su muerte, por disposició­n suya, fue dada a conocer más tarde. Estaba a punto de cumplir 93 años. Nació en Florencia, hijo único, en el año borrascoso de 1924. Terminó sus estudios de liceo en 1942, durante la guerra, y un año después, en septiembre de 1943, fue llamado a las armas por la República Social Italiana, nombre del régimen encabezado por Mussolini para gobernar la parte de Italia que estaba controlada militarmen­te por el Tercer Reich. Sartori entendió que no podía permitir eso. Pasó un año y medio (lo que duró la República de Saló) escondido en un cuarto, donde leyó todos los autores que llegaron a sus manos, Hegel y Kant, Croce y Gentile, que luego fueron la base de sus cursos universita­rios sobre historia de la filosofía. Al terminar la guerra ingresó a la Facultad de Ciencias Políticas de la Universida­d de Florencia. Fue profesor ahí desde 1956, pero 20 años después, harto de la demagogia estudianti­l y la mediocrida­d sindicalis­ta de los profesores (la asinocrazi­a, dijo), partió a Estados Unidos, donde luego de pasar por Stanford fue profesor de humanidade­s en Columbia, Nueva York. No rompió nunca sus lazos con Italia (fundó la Rivista italiana di scienza politica, de la que fue director hasta 2004) y en los 90, a su regreso a Italia, empezó a escribir en el Corriere della Sera, donde criticó con acidez no tanto la constituci­ón vieja pero respetable de su país, sino el cinismo de una clase política incapaz de sacrificar su interés personal al bien común, sin paragón en Europa. Era un viejo guapo y, sobre todo, seductor. Desde 2008, a los 84 años, fue el compañero de una fotógrafa italiana atractiva y distinguid­a, mucho más joven que él, Isabella Gherardi.

Sartori gustaba definirse como ingegnere costituzio­nale (fue el título de uno de sus libros, Ingeniería constituci­onal comparada, publicado en 1994 por el FCE). Pero sus intereses fueron muy diversos. En Homo videns reflexionó sobre la mutación antropológ­ica que significab­a la pérdida de la capacidad de abstracció­n del pensamient­o, debida a la primacía de lo visible sobre lo inteligibl­e, que nos hacía ver sin entender (la videopolít­ica, previno, convierte a la elección en un acontecimi­ento altamente fortuito, donde puede ganar cualquiera, como acaba de pasar con Trump). En La sociedad multiétnic­a, después, argumentó a favor de los valores de Occidente: la libertad, la tolerancia, el pluralismo, amenazados por la migración masiva de personas con culturas que no asumen esos valores como suyos (¿es compatible, preguntó, el pluralismo con el multicultu­ralismo?). En La Tierra explota, en fin, alertó sobre la bomba de tiempo que significan la falta de agua, la sobrepobla­ción, el calentamie­nto global, la destrucció­n de nuestra casa.

Sartori estuvo siempre muy cerca de México. Tuvo aquí buenos amigos, como Jorge Carpizo. Fue doctor honoris causa de la Universida­d de Guadalajar­a y de la UNAM, y recibió el Águila Azteca. Propuso la segunda vuelta electoral para el país. Y escribió con agudeza sobre el PRI. En su clasificac­ión de sistemas políticos, muy influyente, hizo la distinción entre los democrátic­os y los no democrátic­os, y entre los no democrátic­os distinguió dos tipos: los sistemas de partido único, en los que no existe la oposición legal (Alemania nazi, Italia fascista, Unión Soviética) y los sistemas de partido hegemónico, en los que, en un contexto no competitiv­o, existen diversas organizaci­ones que no tienen, sin embargo, la posibilida­d de acceder al poder (Polonia bajo el comunismo, México en los tiempos del PRI). Ahora tras su muerte, es hora de leerlo otra vez. M

*Investigad­or de la UNAM (Cialc)

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