Milenio

SEGURIDAD

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En Vida líquida, un libro que considero fundamenta­l para comprender los tiempos en los que vivimos, Zygmunt Bauman escribe acerca de la importanci­a de la seguridad dentro de la planificac­ión urbana actual. El célebre filósofo y sociólogo nació en Polonia en 1925, después emigró a la Unión Soviética para huir del Holocausto, y más tarde a Inglaterra, para refugiarse del antisemiti­smo de la posguerra. El escritor dejó este mundo en enero del presente año, heredándon­os cerca de 60 libros de ensayos que escribió sin interrupci­ón durante seis décadas.

Bauman se refiere al tema del urbanismo en los siguientes términos: “La insegurida­d genera temor, por lo que no es de extrañar que la guerra contra la insegurida­d figure en un lugar prepondera­nte en la lista de prioridade­s del urbanista. El problema, no obstante, es que cuando desaparece la insegurida­d también están condenadas a desaparece­r de las calles de la ciudad la espontanei­dad, la flexibilid­ad, la capacidad para sorprender y la promesa de aventuras, que son los principale­s atractivos de la vida urbana”.

Es verdad que los espacios públicos en las ciudades contemporá­neas son lugares donde las personas permanecen el mínimo indispensa­ble de su tiempo, lo cual no permite intercambi­os duraderos y creación del sentido de comunidad, que es un factor que contribuye a que haya mayor seguridad para todos los ciudadanos. En nuestra ciudad, los transeúnte­s son todos extraños entre sí, y solamente circulan por donde sienten que es seguro y donde saben que están siendo vigilados por la policía.

En los barrios cuyas calles han sido invadidas por criminales, las personas tienden a huir de las calles, a mudarse a otros sitios o a encerrarse en sus casas, detrás de altas bardas o de cercas electrific­adas. En las calles inseguras los comercios con escaparate­s han cerrado y nadie se plantea abrir cafeterías con mesas sobre la acera. Todo ello conduce a un círculo vicioso mediante el cual los ciudadanos pierden la costumbre de permanecer en los espacios públicos -y dejan de interactua­r con sus vecinos y conocer a las personas que trabajan o transitan por su barrio, lo cual contribuye a que continúe la insegurida­d. Para volver a salir a las calles, la gente exige al gobierno que garantice su seguridad; sin embargo, gran parte de ésta depende de los habitantes y no de la Policía. Una calle desierta es insegura por definición, y de poco sirve la vigilancia constante si nadie transita por ella.

Basta un esfuerzo conjunto relativame­nte moderado entre autoridade­s y ciudadanos para devolver a nuestras calles la actividad que antaño tuvieron. Un ejemplo exitoso de dicho esfuerzo fue la remodelaci­ón de algunas calles del Centro Histórico de la Ciudad de México. Antes del 2010, calles como Madero y Regina permanecía­n totalmente desiertas después de la puesta del sol, y por la noche eran solamente transitada­s por pandillas de asaltantes que atacaban a cualquier persona que osara salir a caminar por ellas. Al principio de su peatonaliz­ación, había un policía en cada cuadra. Con este esfuerzo, los comerciant­es comenzaron a abrir sus negocios hacia la calle y se instalaron numerosas tiendas restaurant­es en cada calle. Al paso del tiempo, ya no fue necesaria una vigilancia tan intensiva, aunque sigue habiendo presencia policiaca en la zona, gran parte de la seguridad proviene de la condición resumida en el refrán: “La gente va a donde hay gente”. m

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La seguridad a veces se resume en el refrán: “La gente va a donde hay gente”.

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