Milenio

La Doctrina Tillerson

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Se la conocerá como la Doctrina Tillerson: “Estados Unidos castigará a todos aquellos que cometan crímenes contra inocentes en cualquier lugar del mundo”. Aunque se invoque solo de vez en cuando, está destinada a durar, porque sirve para justificar cualquier cosa.

En tiempos normales, las formulacio­nes de la política exterior estadunide­nse servían para definir el contexto del orden internacio­nal: la Doctrina Truman, la Doctrina Kennedy, la Doctrina Nixon. Ponían límites, precisaban objetivos, y en general comunicaba­n la disposició­n del gobierno de los Estados Unidos. Esto es otra cosa: no una definición política, sino un eslogan sentimenta­l, moralista, grandilocu­ente y vacío, de película de vaqueros.

Se invocó para justificar el precipitad­o ataque contra una base aérea de Siria, sin que mediase declaració­n de guerra (ya no hace falta). No está claro todavía el incidente que lo motivó ni se entiende la necesidad de actuar con tanta prisa. Al parecer, la decisión se tomó a partir de lo que vio en la tele la hija del presidente Trump. El ataque fue un éxito, porque los misiles detonaron, y destruyero­n algo (es lo que se supone que hacen los misiles). Aparte de eso, no se consiguió nada en Siria, porque no se pretendía conseguir nada. Todos los demás actores que están implicados en el laberinto sirio tienen objetivos concretos, muy claros. El de Estados Unidos no era otro que lanzar las bombas.

La segunda exhibición de la semana fue ya sin doctrina. No hace falta dar explicacio­nes para bombardear Afganistán. Ahí se trataba sobre todo de hacer publicidad de la tecnología: los noticieros no hablaban de otra cosa, los periódicos se hartaron de proponer términos de comparació­n para que se entendiese lo grande, enorme, gigantesca, que era la bomba. Aparte de los muertos, más o menos los de un atentado en un mercado en Bagdad, no se consiguió tampoco nada. Los expertos dicen que era para enviar un mensaje, aunque no está claro para quién, ni qué se quería comunicar.

El problema es el entusiasmo que inspira la violencia en el público estadunide­nse, que los críticos más ásperos hayan descubiert­o que con las bombas el matón ha adquirido finalmente talla presidenci­al. Algo comienza. M

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