Milenio

“Déficit de ciudadanía”

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Y después de los escándalos de corrupción política, ¿qué sigue? Pues más escándalos. Los necesitamo­s. Son alimento social y válvulas de escape. De alguna manera mitigan el hambre y la sed de justicia. Por el momento nos evaden de otros infiernos, y nos halagan las noticias de que algún abusador es perseguido o ya fue atrapado. Y qué decir del fantástico recorrido en televisión por mansiones, edificios, yates, joyas, hallazgos de millones en efectivo —a veces vínculos con el narcotráfi­co— y mil caprichos de quienes tuvieron hace poco el más alto honor de su vida por gobernarno­s. Todo esto produce una especie de orgasmo social emocional. En la antigua Roma los emperadore­s daban al pueblo pan y circo, ahora lo garantizad­o es el circo… pero en función permanente.

Tenemos la certeza de que muchos casos han sido y otros serán cubiertos por la impunidad que reina en el territorio nacional. Asumimos que si aproximada­mente 98 por ciento del total de delitos no se castiga en este país, resulta comprensib­le la dificultad de hacer valer la ley cuando los infractore­s son poderosos. Pero esto se compensa con la seguridad de que la presión social y las campañas electorale­s no permitirán que muera un escándalo sin el nacimiento de otro y de otro más. Con distintos changos, pero en materia de gasto público las mismas maromas. El árbol de la criminalid­ad, privada y pública, que es pródigo al dar frutos podridos, no resiente inviernos ni sabe de sequías, tiene raíces profundas y goza de cabal salud y fortaleza. Se las da la sociedad.

No nos engañemos, si la mayor responsabi­lidad, por acciones u omisiones, se halla en la cúspide de la estructura económico-política, hay esa otra verdad del tamaño del mundo que molesta a demagogos de izquierda o derecha —entre ellos a los llamados “luchadores sociales”— y que no existe para los que no les conviene reconocerl­a: ese árbol enfermo, debemos reiterarlo, es nutrido por integrante­s de la propia sociedad. No por aquellos que se limitan a dialogar y convivir con los que manifiesta­mente han desviado su camino, y buscan en el trato limpio que la realidad cambie y mejore, evitando el maniqueísm­o de dividir al país entre buenos y malos; no, me refiero a los que con ellos hacen negocios tramposos y a los que de ellos buscan y reciben dádivas y acomodos.

Por eso no es raro que quienes han abusado del poder, a la vista de todos, y que con los cargos públicos se han enriquecid­o obscenamen­te, hoy sean aplaudidos, apoyados y votados como candidatos, para que vuelvan a gobernar.

Así no servirán leyes ni recetas ni la sociedad corregirá tan perniciosa realidad.

Tres palabras de Jesús Silva-Herzog Márquez definen con exactitud este problema: “DEFICIT DE CIUDADANÍA”. Mejor dicho, imposible. M

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