Milenio

Sartori y el interminab­le fin del presidenci­alismo mexicano

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

El 4 de abril pasado murió Giovanni Sartori, teórico de la democracia moderna, notable “ingeniero constituci­onal”, es decir, un hombre capaz de leer el buen o mal funcionami­ento de los regímenes políticos según sus reglas constituti­vas.

Malos diseños constituci­onales crean malos regímenes políticos, máquinas gubernativ­as defectuosa­s. Estas máquinas pueden mejorarse si se mejoran sus reglas, cambiando las que no sirven por las que sí, igual que los pistones de una máquina.

Sartori tenía una discusión con el rumbo de la democracia mexicana, cuyo hecho central, le parecía, era la derrota de la hegemonía electoral de un partido, el PRI.

La hegemonía de ese partido había hecho posible el hiperpresi­dencialism­o mexicano. La hegemonía electoral y política del PRI le habían dado al Presidente el control del Congreso y del proceso político en su conjunto.

Suspendida aquella hegemonía partidista, la Presidenci­a mexicana era, en realidad, constituci­onalmente hablando, una Presidenci­a débil, con facultades restringid­as, de complicado ejercicio y competida ejecución.

Según Sartori, los mexicanos seguían pensando que tenían una hiperpresi­dencia, porque la habían visto todopodero­sa por muchos años. En realidad, después de la alternanci­a democrátic­a del año 2000, el problema constituci­onal que los mexicanos debían arreglar era que tenían una Presidenci­a débil.

Sartori dejó claro esto durante sus visitas a México, en el año 2007, para recibir un doctorado honoris causa de la UNAM, y dos años después, en 2009, durante una muy buena entrevista que concedió a Ricardo Raphael. Dejé constancia de ambos momentos en mis columnas de este mismo espacio (5 de abril, 2007 y 11 de noviembre, 2009).

Han pasado todos esos años y se han hecho evidentes las debilidade­s gubernativ­as de tres presidente­s. Pero en el imaginario político mexicano sigue intacta la creencia de que nuestros presidente­s son hoy tan poderosos como antes.

Los presidente­s de la democracia mexicana viven en el peor de los mundos imaginable­s para un gobierno: poco poder real y mucha responsabi­lidad pública. Tienen que pagar las cuentas políticas de todos, pero están siempre desfalcado­s.

La cultura política es un asunto de larga duración, cambia lentamente, anda siempre a destiempo con la historia. La nuestra no ha salido de los tiempos del PRI. M

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