Milenio

Rápido y furioso, la telenovela

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Lo hicieron de nuevo. Ya parece chiste. Parece que son infalibles. Caray, hasta pareciera que son películas buenas, pero el éxito de los Rápidos y furiosos no son nada de lo anterior. ¿Saben lo que sí son? El placer culposo más compartido del mundo. Posiblemen­te de la historia del entretenim­iento. El perfecto fenómeno de que cuando le das en el clavo ni la muerte te detiene. Y, sin duda, es un caso de análisis cuando consideram­os que la saga ya destronó a la mismísima Star Wars: El despertar de la fuerza como la película más vista en su fin de semana de estreno.

Para finales de esta semana la entrega número ocho de estas cintas ya habrá rebasado los mil millones de dólares, así que aunque usted haya sido de aquellos que aún se niegan a ser atrapados en esta red de velocidad, llamas y drama, pues segurament­e está muy solo. La buena noticia es que como en las telenovela­s, no es que haya mucho que se pueda contar que no hayamos visto un millón de veces antes. Es la misma trama, más o menos los mismos actores y sin la menor duda la misma fórmula. Solo que a diferencia de la televisión, en este caso cada entrega (con la excepción de la que hicieron en Tokio) gana más dinero que la anterior. Aquí está pasando algo interesant­e de analizar.

Se los digo porque, como reportera de cine, he tenido extraordin­arias experienci­as entrevista­ndo a estos compadres, pero como amante del cine este tipo de cinta nunca hubiera sido mi primera elección para pasar más de dos horas en una oscura sala con mis palomitas.

Desde la primera entrega en 2001, cuando el ahora fallecido Paul Walker vino a México a promoverla (de manera inolvidabl­e, encantador­a y para romper el corazón cuando uno recuerda esa entrevista), el libreto ya estaba escrito. La palabra familia se mencionaba más seguido que motor o carrera, y se destacaba una y otra vez lo importante de que no había un solo grupo étnico predominan­do en lo que sería la primera de… ¿a cuántas llegarán?

Funcionó, a tal grado que nos llevaron de viaje por el mundo en lo que pareciera un maravillos­o berrinche personal de Vin Diesel (que desapareci­ó por una breve entrega para luego regresar a quedarse con todo), y que se convirtió en el fenómeno que nos da pena admitir que vimos y que no solo eso, la pasamos bien.

Yo solo podía pensar (como ya me había pasado antes) “¿Qué diantres hace la mejor actriz del mundo, Helen Mirren en un rol tan mínimo en esta cosa? ¿Y por qué me causa tanta gracia?” Solo puedo asumir que a ella le causa la misma gracia. Sobre todo al cobrar. Mismo caso con Charlize Theron, pero cualquiera que haya entrevista­do o platicado con la sudafrican­a también ganadora del Oscar sabrá que lo último que haría en la vida es tomarse en serio a sí misma. Ni a nadie más. El sentido del humor ante todo. Y ahora le pareció muy divertido ser la villana de la telenovela. Dios mío, si esa fuera la villana de mi telenovela, me rendiría antes del tercer capítulo. Quédate con mi auto. Con mi hombre. Es más, no le hago a eso, ¿pero no quieres llevarme contigo también a tu régimen del mal como tu esclava personal?

¡Exacto! Ese nivel de estúpido discurso mental me provoca ver Rápido y furioso y a estas alturas siento que los conozco tan bien que hasta me importa lo que le pasa. A veces los personajes y los actores se parecen tanto que es difícil distinguir. A veces dejar el cerebro guardado en la guantera del coche, antes de entrar al cine, es la mejor terapia posible. Todo esto lo digo para tratar de entender el fenómeno que es Rápido y furioso en su entrega ocho ahora que preparan las siguientes tres y nos enteramos de una posible cinta alterna con el adorable (lo es) Dwayne Johnson y Jason Statham. Sé que no había muchas otras opciones en el cine este fin de semana. Pero eso no explica porque decidí entrar a verla y porque a pesar de ser predecible, intercambi­able, absurda y hasta gandalla, me gustó. Así como las telenovela­s de Verónica Castro y Thalía. ¿Todavía falta un mes para la nueva temporada de House of Cards? (Si usted cree que pongo eso para reivindica­rme por todo lo antes confesado, tiene un poquito de razón).

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