Milenio

Buenas. Le dijo al dame chance, negro, por favor; no quiero que pedo; mejor encárgate que no pedo porque todos perdemos, más el que acaba de salir del tambo

Don Gerónimo estaba de haiga Maiqui, Burundanga: haiga

- *Escritor. Cronista de

Noté a su abuelo aburrido, malhumorad­o. No era para menos: esperar horas y horas hasta que me entregaron la boleta de libre. Siete años de mi vida en el penal. No tuvo desperdici­o: conocí al buen de culeros como yo. Y ellos supieron de mí. Nadie te pela si no eres alguien en la vida. Aunque sea un ladrón. Ladrón a mano armada, mejor.

Siete años en el tambo, chirona, frescobote, te hacen correoso el pellejo. Los sentimient­os. El alma. Todo puede escurrir, nada se pega, todo resbala. Y tú, como si nada. Al principio sentía horrible ver a mi madre llegar a la casa de todos, extender una servilleta, sacar los alimentos. Que me escurrían las lágrimas. Era un sentimenta­l. Juana me abrazaba: todavía están calientes las tortillas; ándale, orita platicamos, ¿cómo has estado? Las lágrimas escurrían mientras comía. Un amargor salado era mi paladar. Juana no dejaba de abrazarme, de besarme la cara, de apretarme las manos. Veía su rostro, de negra bembona, trompuda como yo. Salí a ella, mi jefita, cómo no: si me enojo se me cuelga la trompa, el labio de abajo se me cae, no puedo ocultar el encabronam­iento.

Salí. Mi abuelo se puso el sombrero de palma. Caminamos hasta la esquina del parque. Tomamos un taxi. Llegamos al barrio ya oscurecien­do. El taxista se largó con el cambio del billete de 100 pesos que le entregó mi abuelo. Ni un rocazo le atiné. Tendrá 100 años de perdón, porque ladrón que roba a… Entramos a la casa, dejé mi mochila, abracé a la abuela, la apreté fuerte-fuerte. Le dije que iría a mi casa, a la casa de mi padre el Chaparrito. Ándale, hijo, nomás no te tardes porque nos preocupas.

Y caminé hasta donde recordaba está la casa de mi primo Millo. Mi hermano menor. El único estudiante en la familia, yo lo defendía a patada y trompón de los que le querían ver la cara de pendejo. El Millo me seguía como un perrito faldero. Quería que le enseñara a pelear. Mejor aprende a pelear con las ideas. Te irá mejor. Pa’ la patada y el trompón, yo. Y tus dos carnales. Tía Tere me recibió con mucho cariño, me dio de cenar un vaso de leche, me comí un pan de dulce: una concha. Todo me supo a gloria. Mis primos no estaban. Me despedí de mi tía: me gustaba sentir sus abrazos de gorda cálida, olía a limpio, a jabón. Agarré valor y fui rumbo a la casa. Me armé de valor.

La puerta de madera, con las bisagras siempre a punto de caer. Apenas se sostenía con un resorte de colchón para funcionar como puerta de golpe. Entré y escuché cómo cerró. La ventana abierta. No había nadie, ni la Coronela, la perra que siempre estaba cargada y criando. Ya era vieja y, sin embargo, los perros siempre andaban detrás de ella.

Todo igual: el piso de cemento, descarapel­ado, sin color. Las ventanas con los vidrios rotos. La cama sin tender, las sábanas mugrosas, las almohadas sin funda. Vi una bicicleta recargada en la pared. Las llantas bien infladas. La monté y pedalié hasta la tienda del Guaxaco. Ahí estaban el difunto Zapatos, el Nitro, la Vieja, Burundanga, el Chori que me vio: ¡Quihúbolas, mi Rugidor! —me saludó muy efusivo, también el Guaxaco. El cliente que esperaba su mercancía volteó: era el señor don Gerónimo, papá de Lucha, Irma y Vicenta.

Vicenta: su enorme trenza que le llegaba hasta la cintura. Soy chichis puntiaguda­s. Sus nalgas bien paradas. Costeña. Le llegué, le canté, me dijo que sí, que aceptaba ser mi novia. Nos veíamos a escondidas, porque el señor don Gerónimo era celoso de sus hijas. Un día nos descubrió en el abacho becho, yo la tenía bien pero apergollad­a con un beso de lengüita sinfín, hasta que dos patadas en las nalgas me hicieron saltar. Vicenta pegó la carrera hasta su casa, con su papá gritando: pinche escuincla nalga fácil. Apenas andaba por los 15 años, igual que yo. Con todo, me le dejé ir a las patadas al señor don Gerónimo. Ni una le pegué. Me agarró de las greñas y me sonó dos patadones más. Nunca se lo perdoné.

El señor don Gerónimo pidió su cerveza, me sostuvo la mirada y dijo: dele una Viqui aquí al morro, por el gusto de verlo otra vez. El Guaxaco atendió a la de ya. Puso el par de frías sobre el mostrador. La agarré. Salud, dijo el señor

“El taxista se largó con el cambio del billete de 100 pesos. Ni un rocazo le atiné” “Me quité la chamarra y se la aventé al A ver quién le va a bailar bien acá”

don Gerónimo, bienvenido. Qué bienvenido ni qué la chingada, le dije sin querer: ni crea que se me olvidan las patadas que me volteó cuando chavo, y la vergüenza que le hizo pasar a su hija. El señor don Gerónimo chasqueó la lengua. Salud, dijo otra vez: tú que te fijas en pendejadas; la vida sigue, dijo.

De dos tragos me chingué la Victoria. El Guaxaco me puso otra enfrente: esta va por mi cuenta, dijo. Igual, de dos tragos murió. Y sentí las patadas del señor don Gerónimo en el culo, y recordé a Vicenta corriendo espantada, zangolotea­ndo sus chichis puntiaguda­s. El Guaxaco dijo: tranquilo Maiqui, no seas pedero. Y puso dos chelas más. Rugidor: soy el Rugidor, contesté muy verga. Simón: Rugidor, corearon Burundanga y el Chori. Chingan a su madre los dos, dijo el señor don Gerónimo. Aquí no quiero pedo, dijo el Guaxaco y puso la pistola sobre el mostrador.

Chale, dijeron Chori y el Burundanga: guarde la matona, deje que se saquen la espina, el señor don Gerónimo es muy manchado. También cuando estuve de novio con la Lucha salió con una escopeta y me tiró de balinazos a las patas este cabrón.

El señor don Gerónimo estaba de buenas. Le dijo al Burundanga: dame chance, negro, por favor; no quiero que haiga pedo; mejor encárgate que no haiga pedo porque todos perdemos, más el Maiqui, que acaba de salir del tambo.

A mí las chelas me ponen bronco, roñoso. Se me raya el disco en el cerebro. Corrí con suerte. Los cuates me rodearon y pidieron más cheves. El Guaxaco se volvió el Solícito. Me traían aquí, en la palma de la mano. Cuando sales del bote eres su héroe. Menos pa’l señor don Gerónimo, que daba señales de no arrugarse pa un tiro. Me puse dos chelas más. Y le dije al don: van dos Victoria güeras por mi cuenta, y me dice: órale Maiqui, órale: nos las aventamos aquí. Antes que se terminara la ronda le digo: oiga, señor don Gerónimo, ¿a poco no se acuerda de aquella bronca? Carajo, le digo, ¿cómo voy a creer que tenga tan mala memoria? A tanto insistir, señor don Gerónimo se fue calentando, cómo chingas la madre, cabrón chamaco, bájale rayitas. Con prudencia el Guaxaco me decía cálmalas, Maiqui, cálmenla los dos; estamos chupando tranquilos. Me quité la chamarra y se la aventé al Chori. A ver quién le va a bailar bien acá, sentía muchas ganas de soltar vapor y el señor don Gerónimo como que miraba algo atrás de mí, y yo a las vivas, no me vaya a descontar, pero de repente sentí que me agarraron de los pelos y me jalaron: —Qué pasó contigo, Maiqui. —La voz de mi padre. Mi padre me tenía de las greñas. —No escarmient­as: apenas saliendo ya te metiste a mi casa, sacaste una bicicleta que no es tuya, y aquí estás alborotand­o. ¿Quieres que otra vez te ponga a los judiciales? Ya lo hice una vez. Discúlpate con todos. Bajé la guardia, el Chori me tendió la chamarra. Me la puse, saludé a mi papá: buenas, jefe: aquí nomás de hocicón estaba jugando con el señor don Geros, usté disculpe. —Nada qué disculpar, Rugidor —dijo el señor don Gerónimo. —Miau —le respondí, agarré la bika y me fui con el Chaparrito atrás de mí; ante él, nunca se me hizo correoso el pellejo. —Chiro por usté —le dije al señor don Gerónimo. M

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico