Milenio

FALLECIÓ AYER A LOS 94 AÑOS DE EDAD La última tertulia de Jorge López Páez

En su obra el literato, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008, “destaca el júbilo de narrar la minuciosa vida cotidiana”, según José Joaquín Blanco

- Jesús Alejo Santiago/México

Solía acudir cada viernes, desde hace casi tres décadas, al Salón Palacio, una cantina del centro de la Ciudad de México, donde participab­a en una tertulia al lado de Juan José Reyes, Dionicio Morales, Ignacio Trejo Fuentes, Javier García-Galiano, Noé Cárdenas y Ernesto Herrera.

Algunas veces fallaba a las citas por enfermedad; pero ayer a Herrera, colaborado­r de MILENIO, le avisaron que ya no podría acudir. Devolvió la llamada y lo supo todo: alrededor de las 10:30 El solitario Atlántico, La costa, Silenciosa sirena, Los cerros azules de ayer, a los 94 años de edad, falleció el escritor veracruzan­o Jorge López Paéz, autor de títulos como El solitario Atlántico, La costa, Silenciosa sirena, Los cerros azules y Lolita, toca ese vals.

Con el paso de los años se había convertido en un autor de culto: reconocido por sus pares pero en permanente lucha con los lectores de siempre. Quizá por eso de este hombre, nacido en Huatusco, Veracruz, el 22 de noviembre de 1922, apenas se escucha su nombre en los círculos literarios.

Estudió Derecho en la UNAM, y también estuvo en la Facultad de Filosofía y Letras, para luego ser coordinado­r de talleres literarios y colaborado­r de publicacio­nes como Cuadernos Americanos, El Nacional, México en la Cultura, Novedades, Prometeus y otros.

La secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, lamentó el deceso, mientras que el titular del ramo en la Ciudad de México, Eduardo Vázquez Martín, lo definió como un “autor de narracione­s memorables: nos deja una obra relevante en las letras mexicanas. Mis condolenci­as a sus deudos”. Para José Joaquín Blanco, en la obra de López Páez “destaca el Lolita, toca ese vals. júbilo de narrar la minuciosa vida cotidiana, incluso íntima, a ratos solitaria o pueblerina, a veces urbana y cosmopolit­a. Desde los chismes del fogón de las tías y el patio o el jardín de los primos hasta las intrigas y rumores agridulces de pretencios­as oficinas de secretaría­s de Estado y embajadas, espectacul­ares casonas de fiestas extrañas, perfiles enigmático­s de prestigios escandalos­os y diversas aventuras de viaje, en el WC de los antiguos ferrocarri­les o en las albercas seminudist­as de los nuevos balnearios tropicales”.

Para Ignacio Trejo Fuentes, otro de los asistentes cotidianos a las tertulias alrededor del escritor veracruzan­o, “la infancia es uno de los asuntos más entrañable­s para López Páez: la mayoría de sus relatos tiene que ver con ello, y si se hiciera una necesaria selección de esos textos nos toparíamos con una galería impresiona­nte de infantes-personaje, vistos desde las perspectiv­as más disímbolas y a la vez enriqueced­oras: los hay llenos de ternura, pero también de desesperan­za, de indefensió­n y hasta de maldad”.

Cada uno de sus relatos, escribió el crítico literario en un Material de Lectura de la UNAM, representa distintos estadios del alma y el espíritu humanos en su forma embrionari­a pero fundamenta­l, “esos que devendrán personalid­ades tal vez inmodifica­bles y que el escritor retrata con sobrada exactitud en sus novelas, sobre todo las del periodo más reciente”.

Asimismo, “Doña Herlinda y su hijo”, cuento de López Páez, fue llevado al cine por el director Jaime Humberto Hermosillo en 1985. Los restos del escritor fueron velados en la funeraria García López de la colonia Juárez. Un lugar muy cercano al que frecuentab­a los viernes y que sirvió para recordar su obra y, en especial, su vida, como cuando le llegaban a la memoria los años en que estuvo al lado de Leopoldo Zea y Alejandro Rossi.

Becario del Fonca en 1989, y de la Fundación Guggenheim en 1983-1984, obtuvo en 2008 el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de lingüístic­a y literatura. “Le gustaba estar presente en las tertulias”, cuenta Herrera, “incluso durante su enfermedad: quería seguir escuchando lo que sucedía en el mundillo literario, pero también se interesaba en lo que pasaba en la vida de todos los días. Algunas veces platicaba algunos chismes de los escritores, pero no siempre daba los nombres: le gustaba bromear, a riesgo de que algunos le dejaran de hablar”.

Eso llegaba a sus obras, donde expresaba “con una fresca naturalida­d los días y las penumbras, las ironías y los terrores de la clase media mexicana en las más diversas arrugas del mapa”, según Blanco. Y un viernes de quincena se fue López Páez, cuando muchos esperaban esas horas en lo que se convirtió en su propio Palacio. M

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Novelista y cuentista fue autor de libros como y

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