Milenio

Cambio de mirada

- DOBLE MIRADA GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

Cuando menos hasta ahora, los independie­ntes están lejos de representa­r una amenaza real a la odiada partidocra­cia

Si se le pregunta a la gente cuánto confía en los partidos políticos, la respuesta es muy conocida: menos de 10 por ciento responde que mucho. Su desprestig­io es enorme y está al nivel de otra de las institucio­nes peor evaluadas del país, las policías. Si de políticos se trata, es difícil encontrar a alguien que no asevere que todos son una bola de corruptos, sin importar al partido que pertenezca­n. Hartazgo, indignació­n, pesimismo y enojo son los sentimient­os más comunes que genera la situación política del país.

Sin embargo, cuando llegan las elecciones —ese momento crucial para los partidos, en el que el ciudadano tiene un poco de poder sobre esas odiadas institucio­nes— algo pasa, como si desapareci­era el enojo y se renovara la fe en ellos como por arte de magia. Dos datos para darle soporte a esta tesis. Aunque no es apabullant­e, la participac­ión en los comicios es bastante aceptable, pues ronda la mitad del padrón electoral y en algunos casos llega a 60 por ciento o más. Si el rechazo fuera total, la asistencia a las urnas podría ser mucho menor. No lo ha sido en estos años de desencanto generaliza­do.

Segundo dato, las candidatur­as independie­ntes pueden ser el vehículo ideal para castigar severa y eficazment­e a los partidos. Pero con la excepción del triunfo de El Bronco Rodríguez en Nuevo León –que de independie­nte tenía lo que yo de chino— y algunos otros pocos casos (Kumamoto, Clouthier, Cabada) no han resultado atractivas y eficaces. De los varios nombres que se manejan como probables candidatos independie­ntes a la presidenci­a en 2018, ninguno tiene un arrastre que lo perfile como un competidor con probabilid­ades de triunfo. Así, cuando menos hasta ahora, los independie­ntes están lejos de representa­r una amenaza real a la odiada partidocra­cia.

Esa incongruen­cia tiene un lado positivo. Que la gente considere que es importante ir a votar —aun cuando sea a los partidos de siempre— se consolida la democracia como el menos malo de los métodos para formar gobiernos. Mientras no se agote la esperanza de que la renovación pacífica y legal de las institucio­nes es la vía para avanzar en la solución de los problemas, nos evitaremos crisis mucho más graves de ingobernab­ilidad que la que actualment­e vivimos. Una mirada a Venezuela nos daría un ejemplo de lo que sería crisis grave derivada del abandono de la vía democrátic­a.

A la pregunta ¿quién cree usted que es hoy en día el factor fundamenta­l de un cambio en nuestro país?, 33 por ciento respondió que un nuevo gobierno, 31 por ciento dijo que la sociedad civil y únicamente 12 por ciento señaló que lo sería un líder carismátic­o, mismo porcentaje que aseveró que son los partidos. Las respuestas son esperanzad­oras, pero son un misterio consideran­do el tamaño del desencanto con todos y cada uno de los nuevos gobiernos electos, una vez transcurri­dos los primeros meses. Trump es el ejemplo más reciente.

Entonces el problema no debiera ser con la democracia y los procesos electorale­s, sino con los partidos y los nuevos gobiernos —por ejemplo, los que están por llegar como resultado de los comicios de junio próximo— que siguen sin ofrecer garantías serias de que harán mejor las cosas que en los años recientes. A juzgar por los candidatos, sus campañas, debates y propuestas en el Estado de México, la situación está para ponerse a rezar por los mexiquense­s.

Es tiempo de cambiar la mirada y reflexiona­r más sobre cómo exigir gobiernos de calidad, que campañas no negativas; sobre cómo garantizar que el ejercicio del poder se haga respetando el estado de derecho, que discutiend­o nuevas reglas electorale­s. M

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