Se llama fascismo
Cuando una oligarquía como la alemana o la mexicana se apoderan del Estado para servirse de él, lo hacen por todos los medios a su alcance: el populismo, la simulación, el autoritarismo, el racismo, la demagogia, la corrupción, la discrecionalidad y el cinismo.
Las formas fascistas sustituyen el nacionalismo como resistencia cultural e identidad y lo convierten en un discurso ramplón, lleno de lugares comunes y trampas para decirle al auditorio lo que quiere escuchar, aunque entre uno y otro discursos prevalezca la contradicción.
El fascismo puede pasar del radicalismo a los llamados amorosos en torno del carismático, que por lo general se inviste como único heredero de la historia, haciendo uso y abuso de frases fuera de contexto.
Hoy la disputa polarizada y maniquea que ataca y perdona a los que se rinden, en el fondo se complementa y mutuamente se benefician. La polarización prevaleciente en el fondo es un acuerdo oligárquico funcional, mediante formas que propician la confusión deliberada; la mezcla cínica entre el populismo fascista y estatista con el neoliberalismo y le dicen a la masa en su cara que seguirá el dominio del Estado autoritario pero filántropo, al servicio de los intereses minoritarios, para gobernarlos en el presente y en el futuro.
Gobierno y oposición unidos son la nueva forma de control social y político. Ya no se necesita reprimir desde el poder, pues hoy se cuenta con
camisas pardas cibernéticos y físicos que amenazan y agreden a quién cuestione que ellos son el único camino.
Un gobierno incapaz y una oposición sectaria y fascista se convierten en uno solo y ambos vigilan que ninguna fuerza coherente y alternativa se organice.
Por ello el Estado intervenido y controlado por la oligarquía aprendió en México a jugar como gobierno y como oposición desde 2006 y a elegir como adversarios a quienes siempre derrotara por intolerantes, mediocres e incapaces.
Liberar y construir una alternativa política social a las nuevas formas de control fascista y neoliberal que exalta lo privado sobre lo público, que ofrece la inversión no como eje, sino como capital
semilla convirtiendo al Estado en una ONG y a la política social en una acción de filantrópica para repartir el presupuesto estatal sin sustentabilidad y llamando júnior a quién cuestiona; anunciando en el mismo renglón que “no habrá aumento de impuestos”, como lo diría Ronald Reagan y como si el dinero mantuviera fijo su valor.
A eso, se le llama fascismo, aunque se diga izquierda.