Milenio

Los malosos enseñan los colmillos en el Edomex

- MIGUEL BARBOSA * Presidente del Instituto Belisario Domínguez, del Senado de la República.

Después de 10 años de fallida guerra contra el narcotráfi­co, las amenazas del crimen organizado, como las que apareciero­n en el municipio de Acolman contra Andrés Manuel López Obrador, podrían convertirs­e en intimidaci­ones frecuentes en las elecciones de 2018. Estas amenazas tienen un doble propósito: por una parte, enviar un mensaje al líder de Morena para que desista de combatir el ambiente de impunidad que ha alimentado a los cárteles del narcotráfi­co y, por otra, promover un clima de insegurida­d que podría desmoviliz­ar a los votantes en las elecciones del 4 de junio.

El riesgo real del narcomensa­je contra López Obrador es que el crimen organizado decida intervenir directamen­te en los comicios federales del próximo año como lo ha hecho a escala local. Las amenazas contra López Obrador van más allá del candidato; debilitan nuestras institucio­nes y ponen en riesgo nuestra libertad política. Por esta razón, cualquier intimidaci­ón del narcotráfi­co requiere de una respuesta firme por parte del gobierno federal.

No es extraño que las amenazas contra López Obrador hayan ocurrido en el Estado de México, no solo por ser la entidad donde se celebrarán las elecciones más importante­s antes de los comicios presidenci­ales de 2018, sino por el grado de impunidad y delincuenc­ia que existe en el estado. No es posible afirmar que exista una fuerza política atrás de la manta, la corona de flores y el auto en llamas que La Familia Unida dejó contra López Obrador; sin embargo, sí es posible afirmar que al amparo del PRI, tanto local como del gobierno federal, la delincuenc­ia organizada ha encontrado un escenario de impunidad ideal para llevar a cabo sus actividade­s ilícitas. El crecimient­o de la delincuenc­ia organizada y de la violencia ha sido el sello de la casa del PRI. La impunidad es producto de la renuncia del gobierno a hacer efectivo el estado de derecho. Muchas veces, como mostró el caso de Javier Duarte, la renuncia es voluntaria y acompañada de una rampante corrupción.

El mayor riesgo de que el gobierno federal vacile en dar una respuesta adecuada a las intimidaci­ones del narcotráfi­co es que la mano de éste se extienda a las elecciones presidenci­ales de 2018. Envalenton­ados, los cárteles podrían decidir actuar de manera más directa y así poner en riesgo nuestro ya debilitado sistema político.

El fenómeno de cárteles con capacidad de intimidaci­ón tal que amenaza la estabilida­d institucio­nal de toda una nación no es ajeno a América Latina. De no actuar con firmeza ante estas amenazas, México podría caer en una situación parecida a la de Colombia en la década de 1980, cuando el narcotráfi­co puso en jaque al presidente de este país y a todo su gobierno. Este ciclo de violencia culminó en la toma del Palacio de Justicia de Colombia y en el asesinato de magistrado­s de la Corte Suprema.

Unas elecciones cuestionad­as por la intervenci­ón del crimen organizado no favorecerá­n a nadie. Al contrario, mermarán la poca legitimida­d que resta a la democracia mexicana. Las intimidaci­ones de la delincuenc­ia no son solo contra un candidato o un partido, son contra la libertad de todos los mexicanos y contra las institucio­nes que tanto tiempo nos ha costado construir. M

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