Milenio

Federalism­o enfermo

- JUAN GABRIEL VALENCIA

En los últimos meses se ha acumulado una multitud de agravios de carácter local de los que se ha responsabi­lizado abierta o implícitam­ente a la acción u omisión del gobierno federal.

Apenas esta semana el Presidente de la República y el secretario de Gobernació­n aludieron a la responsabi­lidad que deben asumir los gobiernos estatales en materia de seguridad. El reclamo, válido, es extensivo a otras áreas de las administra­ciones públicas de las entidades. Hay quienes se preguntan cómo es posible que lo sucedido con el gobierno de Javier Duarte en Veracruz haya ocurrido sin la intervenci­ón del gobierno federal o que Reynosa, un día sí y otro también, amanezca paralizada por bloqueos del narco, o que el robo de combustibl­es a Pemex alcance cifras de más de 100 mil millones de pesos y el Ejército sufra cuatro bajas en enfrentami­ento con los criminales dedicados a la ordeña de ductos. Lo que más bien habría que preguntars­e es cómo es posible que no ocurran más y peores incidentes a la luz de un sistema federal enfermo.

Nadie como Fidel Herrera, todavía gobernador en funciones, expresó con mayor clari- dad el estado de salud del federalism­o mexicano: “la plenitud del pinche poder”. Convergen en el fenómeno muchos factores: el declive relativo del PRI como partido dominante; el fin fáctico y legal de la presidenci­a autoritari­a; la proliferac­ión del pluralismo local; la creciente influencia de partidos políticos, Congreso federal y congresos locales; la afluencia económica de las arcas estatales y municipale­s; la descentral­ización económica del país. En los últimos 30 años se han creado y establecid­o diversos incentivos fiscales y políticos para los niveles de gobierno estatal y municipale­s sin contrapeso­s y sin mecanismos genuinos de rendición de cuentas. El concepto de soberanía estatal se ha ampliado al de autarquía, siempre y cuando se disponga en situacione­s de crisis de la ayuda y presencia del gobierno federal.

El gobierno federal no cuenta con instrument­os más que en situacione­s extremas para controlar la locura de algunos gobernador­es que, sensatos en su candidatur­a, perdieron la cabeza en el ejercicio “del pinche poder” y que llegaron al cargo sin un mínimo piso de ética de responsabi­lidad que va más allá del estricto cumplimien­to de una ley que para efectos prácticos les permite hacer y deshacer con toda impunidad.

Reformas legislativ­as decisivas de los años 80 y 90 fortalecie­ron, valga la paradoja, el debilitami­ento de un sistema federal impuesto e inventado desde la borrachera independen­tista del Constituye­nte de 1824.

Las bondades del federalism­o mexicano para quienes lo viven y sufren a diario es un mito genial, excepción hecha de gente que vive de mitos, como López Obrador, que echa en cara al Presidente que les recuerde a los gobernador­es sus responsabi­lidades y que considera al célebre Javidú como un chivo expiatorio.

El sistema federal mexicano tiene que ser contrapesa­do, pero para eso, hay que plantearlo, primero, como un problema. La seguridad y las finanzas públicas son solo la punta de un iceberg enfermo de raíz. M

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico