Milenio

#SiMeMatan, échale la culpa a los huachicole­ros

- JAIRO CALIXTO ALBARRÁN jairo.calixto@milenio.com o www.twitter.com/jairocalix­to

La búsqueda de una biografía admirable e impoluta es un viejo sueño al que cualquiera, incluso los más aberrantes sátrapas, aspiran, aunque sea un mendrugo de posteridad. Y para lograrlo se recurre al revisionis­mo, la alteración, la reinvenció­n y la mentira.

Lo que no se sabía, y ahora nos lo hicieron saber las autoridade­s de la Procuradur­ía General de Justicia de Ciudad de México, es que ser el feliz poseedor de un pasado perfecto era indispensa­ble para alcanzar el grado de víctima triunfante, de esas que son capaces de resistir cualquier examen criminaliz­ador de esos que se pusieron tan de moda en la época de Jelipillo Calderón, donde frente a un hecho hiperviole­nto solo había un protocolo posible: “Primero criminaliz­a y luego averigua”.

El caso de Lesvy, asesinada en Ciudad Universita­ria de la UNAM, es emblemátic­o. La procu, en vez de utilizar sus escasas capacidade­s detectives­cas, se limitó a usar el Twitter para dejar en claro que la chica era un alma perdida y que no merecía ni un expediente de la corporació­n. Había dejado la escuela, tomaba, tenía sexo, no usaba la falda hasta el huesito y cosas por el estilo que la identifica­ban como una mala mujer.

Eso es un gran logro en materia de investigac­ión policiaca, pues ahorra tiempo, dinero y esfuerzo, administra­ción de recursos que le llaman. Para qué vas a gastar tus herramient­as en gente que, debido a su mal estado, al final ha pecado.

La lógica reduccioni­sta es muy simple: solo los muy buenos, santos y puros podrán aspirar a ciertos grados de justicia. Los otros, por pécoras, indecentes, impuros y por no arreglar bien sus cajones ni tener bonita letra, puros tuits de desprecio.

Eso, por quién sabe qué oscura razón, desató la furia entre quienes no entendían el profundo sentido de la justicia y del humor que practican nuestras autoridade­s cuando las personas no responden a su muy premoderna idea de clasificar a quienes merecen ser atendidas por ellas, no tanto por la cantidad y calidad de los oprobios a los que fueron sometidas, sino por la naturaleza moral de sus actos.

Eso está bien. De otra manera los aparatos judiciales estarían perdiendo el tiempo investigan­do los asuntos de gente de dudosa reputación.

Ahí están los casos de los jóvenes de Tijuana, los 43 de Ayotzinapa, los crímenes de la Narvarte y toda la guerra calderónic­a para demostrar que lo que más le conviene a la sociedad en su conjunto es que se criminalic­e primero, porque así se criminaliz­a dos veces.

La cosa es generar una conciencia y un principio: antes de que alguien se meta en historias tremendist­as con probables desenlaces fatales, que primero se aseguren de tener un currículum limpio y sano.

Ya después, por la presión social amparada en el hashtag #SiMeMatan, la procu tuvo que ofrecer disculpas de dientes para afuera. No se vale.

Digo, a la otra van a querer que las autoridade­s le exijan a los victimario­s el mismo estatus de impoluto pasado que se le exige a las víctimas. ¿A dónde vamos a llegar? Lo bueno que ahora se le puede echar la culpa de todo a los huachicole­ros. M

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