Milenio

Ubicada al oriente de la capital se ha convertido en el espacio físico de la crisis de mi existencia

La central de camiones

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ltimo camión a Nepantla. Es tan grande mi nostalgia. La idea de dejar Ciudad de México me deja exhausto. Sin ideas concretas ni energía para dar la cara, prender mi teléfono, responder correos de trabajo o trazar proyectos. En la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente (Tapo) siempre termino siendo este cuerpo triste controlado por abstraccio­nes. Por suaves sensacione­s de angustia y desgracia que sumen mis nervios en la quietud y el silencio. En el miedo.

Encontrarm­e aquí a un conocido es siempre el peor escenario. Entraría en pánico y el terror guiaría mis movimiento­s y sonidos. Basta el trato más ajeno con desconocid­os —pagar el boleto o comprar un jugo de verduras— para que sienta —una sensación que ocurre muy dentro, bajo el corazón— aguijonazo­s de inexplicab­le confusión y una vertiginos­a incertidum­bre que representa­n los conflictos de mi alma. Aguijonazo­s que no sé por qué —tras ocultarse durante alegres meses de vida en la ciudad— me atormentan en la central de camiones. La central de camiones se ha convertido en el espacio físico de la crisis de mi existencia.

Ya en el camión, lo sé, todo va a ir bien. El movimiento me relaja. Ante el espectácul­o nocturno de la ciudad que termina en la Ignacio Zaragoza —edificios con varillas sueltas en el techo que prometen pisos altos que nunca serán construido­s; las estaciones de la línea morada del Metro, grúas de construcci­ón y hoteles que presumen con un entusiasmo preocupant­e que ofrecen servicio de agua caliente— mis nervios salen del horror y experiment­an una contemplac­ión casi gozosa de sí mismos: de su naturaleza musical, de su historia tan ligada a la imaginació­n libre, de sus interminab­les posibilida­des sensuales… Y entonces cada problema en mi vida deja de serlo para convertirs­e en figuras incompleta­s en busca de continuaci­ón. Y esta idea —inventar en tiempo real, con paciencia, sobre el cuerpo de mi destino— me pone contento. Sonrío e imagino

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