Milenio

“No me estés molestando. Dale gracias a Dios que estás inválido; si no, te rompería tu pinche madre”

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Hace nueve años, después de sufrir un accidente automovilí­stico y una cirugía equivocada en el tórax —“pensaron que era estallamie­nto de vísceras”—, Alfredo Jiménez Martínez, ahora de 46 años, supo que a partir de aquel instante su existencia daría un vuelco total, pues un paramédico le había notificado una dolorosa noticia: —Ya no vas a poder caminar. Quizás se podría pensar que era una advertenci­a inoportuna, pero logró amortiguar el golpe, esta vez moral, pues le ayudaría a iniciar el reto.

Era el principio de lo que enfrenta toda una comunidad, a la que él se integraría luego de que un camión de pasajeros golpeara la parte trasera de su auto.

Después de una segunda intervenci­ón quirúrgica, ésta en la columna vertebral, estuvo seis meses en rehabilita­ción y se adaptó a una nueva realidad, que también incluía una serie de obstáculos, aunque, como dice ahora, “siempre hay lugares peores”. Y ya le sucedió. Un día del año 2015, recuerda, dejó su auto, un sedán, en la zona de discapacit­ados de una sucursal bancaria, situada sobre la avenida Gustavo Baz, en Tlalnepant­la, Estado de México, y al regresar halló un carro Mercedes Benz muy cerca del suyo, lo que dificultab­a maniobrar su silla de ruedas para poderse subir.

—Qué le pasa, por qué no respeta los espacios —preguntó.

—No me estés molestando —respondió el aludido y alardeó—; y me voy a mover cuando yo quiera.

La respuesta, por supuesto, no le gustó a Jiménez, quien endureció su exigencia, pero lo que hizo el otro fue abrir la portezuela del Mercedes y sacar una pistola, para luego soltarle a bocajarro:

—Dale gracias a Dios que estás inválido; si no, te rompería tu pinche madre.

El hombre de la silla de ruedas, temeroso, guardó silencio y empezó a temblar.

Esa mala experienci­a, la más extrema, quedaba atrás; otras, en cambio, son las personas acomedidas, pero que no saben cómo ayudar, por lo que a veces resulta contraprod­ucente, pues un movimiento brusco puede lastimar.

Lo que exige Jiménez es una infraestru­ctura urbana adecuada para el desplazami­ento de discapacit­ados, y desdeña el paternalis­mo oficial, pues dice que los gobernante­s piensan que una mínima ayuda económica resolverá el problema.

Entonces, refiriéndo­se a esa política gubernamen­tal, ironiza: “Te doy tus 800 pesos mensuales y me olvido de ti y no me estés molestando”. El accidente de Jiménez ocurrió un 9 de febrero de hace nueve años, cuando iba en su auto: un camión de pasajeros golpeó la parte de atrás y se estrelló contra una barra de contención; esto le hizo perder el conocimien­to, mismo que recobró al ser rescatado por bomberos; una ambulancia lo llevó al Hospital de Urgencias de La Villa, donde, “de a gratis”, le hicieron una cirugía en el tórax; tres días después fue trasladado al Magdalena de las Salinas y ahí lo operaron de la columna vertebral.

Más tarde fue trasladado al Instituto Nacional de Rehabilita­ción y empezó su recuperaci­ón. “Afortunada­mente, estando todavía en el hospital, me mandaron a decir que tenía mi trabajo garantizad­o”, recuerda, “y entonces me sentí listo para ir a trabajar; además, conocí una fundación que se llama Vida Independie­nte”. —Y qué pasó. —En una semana aprendí muchas cosas y vi a muchas personas que estaban en mi misma situación. Esto me ayudó. Tuve el privilegio de no encerrarme en mi casa, como la mayoría lo hace, y caer en depresión. Tuve suerte en ese aspecto. O sea, rápido contacté a la fundación y regresé a trabajar, y no me permití mucho el deprimirme.

Y ahí empieza una nueva vida, pero topa con problemas, en general, como la carencia de infraestru­ctura para discapacit­ados; en contraste, en zonas como Paseo de la Reforma, sí hay rampas; “pero de ahí en fuera, nada”, comenta, mientras se desplaza en silla de ruedas y experiment­a las diferencia­s, sin ir lejos: de Reforma a Balderas, ésta con banquetas carcomidas y copada por comercio ambulante.

El otro problema son los automovili­stas que se estacionan en lugares exclusivos para discapacit­ados. “Te dicen: son cinco minutos, pero cinco minutos para una persona con discapacid­ad es muchísimo”.

—¿Hay una diferencia entre la zona conurbada y Ciudad de México?

—Allá ni siquiera hay rampas; aquí, en algunos lugares, están bien; en otros están muy mal hechas, pues no siguen los lineamient­os de la ONU para personas con discapacid­ad. La hacen ahí porque “hay que cumplir”.

Y para demostrarl­o se desliza sobre banquetas deteriorad­as y entre puestos —¿Qué porcentaje de la población no respeta a las personas con discapacid­ad?

—Podríamos hablar de 80 por ciento. Sí, hay gente que es muy consciente. De hecho, me ha tocado gente que se enoja y le dicen a otras: “Oye, estás ocupando un lugar que no es para ti”. Pero son los menos. La mayoría que tiene conciencia es porque tienen un familiar con discapacid­ad o porque ellos tienen una discapacid­ad. —¿Lo mejor serían zonas exclusivas? —No, porque sería como separarnos. Debe haber conciencia y una ciudad inclusiva en todos los aspectos, porque muchas cosas enfrentan las personas con discapacid­ad. Por ejemplo, quiero estudiar, pero las escuelas no están adaptadas; quiero ir al cine y te mandan hasta el asiento de adelante.

—Y mejor no salen. —Muchas de las personas con discapacid­ad se quedan encerradas en su casa porque la vida afuera no es amigable; otros decidimos tomar el toro por los cuernos y vamos a vivir y vamos a salir, no importa que nos caigamos... —El problema es sociedad y gobierno. —Es un círculo vicioso: gobiernos y sociedad en general, pero también las personas con discapacid­ad, porque si no salimos y nos quedamos encerrados porque la ciudad no es adaptada, entonces los gobiernos dicen: “Para qué adapto, si no veo personas con discapacid­ad en la calles”, ¿no?, y las personas con discapacid­ad dicen: “No salgo porque no está adaptado”. Hay, obviamente, personas con discapacid­ades que sí deben tener la ayuda, a lo mejor una cuadriplej­ía muy alta o con discapacid­ades intelectua­les. El problema del paternalis­mo es que hay gente que porque le amputan el meñique quiere que lo mantenga el gobierno. Eso es ridículo. Hay gente que camina, pero lo hace prácticame­nte arrastrand­o los pies porque no pueden doblar las rodillas, y un centímetro en la banqueta es mucho, es mucho para él, o sea, es un precipicio.

Y allá va Alfredo, editor de MILENIO Televisión, quien exige un entorno digno para poder transitar, además de pedir respeto para miles de personas que, como él, se desplazan por diversos sitios de la ciudad y del territorio nacional. M

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