¿Comienza ya el fin de Trump?
Que The Donald haya tenido todas las facultades legales para despedir al mismísimo director del FBI no le resta gravedad a una decisión que, ahí sí, es sospechosísima y que podría tener muy serias consecuencias institucionales
Lo primero que hizo Andrew McCabe fue proclamar una encendida defensa de su antiguo jefe. Y anunció que no habrá cambio alguno en las pesquisas de la agencia para saber la posible implicación de los segundones de Trump —o de él mismo— en la trama rusa
Lo primero que me vino a la cabeza, cuando James Comey soltó públicamente, en la recta final de la campaña electoral de nuestro vecino país, que proseguían las investigaciones sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton —un asunto que, encima, a muchos de nosotros siempre nos pareció totalmente irrelevante (digo, para infracciones verdaderas ahí tenemos los temas, gravísimos, de la intervención rusa en esas mismas elecciones y de la posible connivencia de colaboradores de Donald Trump con gente del Kremlin)—, mi inmediato reflejo, repito, fue atribuir esa acción a los intereses de los conservadores estadounidenses de los cuales el director del FBI, en su condición de antiguo militante del Partido Republicano, podría ser un operador.
Luego leí, en la prensa de allá, apreciaciones de personas que conocen al personaje: es un tipo de una total integridad, decían, cuya actuación en el affaire Clinton no podía en manera alguna estar bajo la sombra de la sospecha. A contrapelo de los escépticos fundamentalistas —esa subespecie abundantísima en estos tiempos que no acepta absolutamente ninguna declaración mesurada de nadie pero se cree a pies juntillas las historias más esperpénticas, siempre y cuando contengan un elemento perturbadoramente tenebroso— yo prefiero validar lo que me parece razonable, así sea que provenga de fuentes naturalmente dudosas del establishment, de manera que esas opiniones de terceros sobre el mentado Comey me llevaron a pensar que el hombre hizo simplemente lo que se sentía obligado a hacer como responsable de la más importante agencia gubernamental de seguridad interior en su país.
Lo que vino después, su dignísima actuación ante los miembros de las comisiones investigadoras del Congreso y su resuelta disposición a dilucidar lo que realmente ocurrió entre Trump y los rusos, confirmó la segunda valoración. Pues bien, esa apreciación de un simple observador de las cosas fue, por lo que parece, plenamente compartida por un Donald Trump que, obsesionado por contar en su Gobierno con funcionarios a modo en lugar de consentir republicanamente la natural autonomía de quienes representan a los diferentes Poderes, escuchó pasos en la azotea y decidió, de un plumazo, cortarle la cabeza a quien, ante la opinión pública, representa los más acendrados valores de una sociedad especialmente preocupada por la cuestión de la investigación criminal.
El hecho de que The Donald haya tenido todas las facultades legales para despedir al mismísimo director del FBI no le resta gravedad a una decisión que, ahí sí, es sospechosísima y que podría tener muy serias consecuencias institucionales. Algunos senadores del Partido Demócrata han expresado que la actuación del presidente de los Estados Unidos merece el desencadenamiento de una “crisis constitucional”, ni más ni menos. No lo sabemos, a estas alturas. Pero, la mera suposición de que el primer mandatario de una nación democrática haya tomado un decisión tan costosa políticamente para intentar neutralizar a un investigador que hubiera podido incriminarlo en actividades ilegales viene siendo una muestra, una más, de que los Estados Unidos no están gobernados por un individuo con la moralidad que, después de todo, se le supondría a James Comey, sino por un sujeto que desconoce flagrantemente los principios de la democracia liberal.
Ahora bien, a pesar de todos los pesares, el sistema político de un país que pareciera haber caído en las manos de un populista autoritario y deshonesto funciona de tal manera que el caudillo no puede realmente salirse con la suya: lo primero que hizo Andrew McCabe, el director del FBI en funciones luego del despido de Comey, es proclamar una encendida defensa de su antiguo jefe. Y, caramba, anuncia que no habrá cambio alguno en las pesquisas de la Agencia para saber la posible implicación de los segundones de Trump —o de él mismo— en la trama rusa.
Esa, señoras y señores, es la esencia misma de la democracia liberal, a pesar de sus indiscutibles imperfecciones: Trump, con todo y que pudo echar a quien lo investigaba, va a pagar un precio por haber tomado esa medida. Es más, ya le están cobrando la factura: la prensa lo cuestiona, la oposición lo confronta, sus propios correligionarios lo impugnan… En fin, sus decisiones son constantemente vigiladas, fiscalizadas y controladas. No es lo que ocurre con Maduro, con el régimen castrista, con el sátrapa de Corea del Norte.
Por cierto, ¿qué queremos nosotros, aquí en México? M