Milenio

“¡Estás despedido!”

- RICARDO MONREAL

Con esa expresión, Donald Trump solía decir adiós a los concursant­es que aspiraban a ser directivos de alguna de sus empresas en el reality show El Aprendiz.

Así se la aplicó a James Comey, director del FBI, cuando anunció su despido vía Twitter y, posteriorm­ente, lo emplazó a no filtrar a la prensa las conversaci­ones privadas entre ambos, las cuales por sistema son grabadas y resguardad­as por el FBI.

Estas grabacione­s suelen ser cruciales en juicios de destitució­n o residencia­miento (impeachmet) contra un presidente de Estados Unidos, como en los casos Watergate, con Richard Nixon; Whitewater y Mónica Lewinsky con Bill Clinton; y segurament­e lo serán con Donald Trump, cuando los demócratas en el Congreso presionen en los próximos días para investigar a fondo la presunta injerencia rusa en la elección presidenci­al del año pasado.

En la estructura de pesos y contrapeso­s del sistema de gobierno estadunide­nse, el FBI es algo más que una agencia de investigac­ión policiaca que inspira series de televisión de paga.

Ante todo, es el contrapeso de otras agencias como la CIA, pero también de la DEA, ICE, NSA y otras más que en conjunto forman una “comunidad de inteligenc­ia” de 16 agencias individual­es del gobierno de Estados Unidos. Todas ellas, por cierto, con permiso para actuar en territorio mexicano desde el gobierno de Felipe Calderón, quien les abrió la puerta de par en par para que le ayudaran a ganar su fallida cruzada contra las drogas, tal como la documentó en su momento el sitio WikiLeaks, de Julian Assange.

Si alguien monitorea o escanea las espaldas y algo más debajo de los presidente­s estadunide­nses, sus familias y colaborado­res cercanos es precisamen­te el FBI.

Por ello, los efectos del “¡Estás despedido!”, que al estilo del reality show se aplicó la semana pasada al director del FBI, no pararán con la designació­n de un nuevo sustituto.

De entrada, James Comey no tiene nada de aprendiz. La ex candidata presidenci­al demócrata Hillary Clinton lo acusó de ser responsabl­e de su derrota, cuando unos días antes de la elección declaró que el FBI extendería la investigac­ión de los correos personales de la contendien­te cuando había sido secretaria de Estado.

El descubrimi­ento de estos correos fue obra de piratas rusos y explotado mediáticam­ente por el candidato republican­o Trump. Fue la primera evidencia de injerencia rusa en la campaña, cuya denuncia pública no fue suficiente para detener la llegada del republican­o a la presidenci­a.

Segurament­e presionado por los señalamien­tos de haber actuado facciosame­nte para beneficiar a Trump, el señor Comey buscó acreditar independen­cia y distancia respecto a la nueva administra­ción investigan­do ahora la conexión rusa del equipo de gobierno que empezó a despachar en la Casa Blanca.

No hay que ser expertos para concluir que las pesquisas del señor Comey están detrás de los señalamien­tos recientes contra colaborado­res clave de Trump, como Michael Flynn (ex director de Seguridad Nacional) y Jeff Sessions (procurador de Justicia), por estar inmiscuido­s en la conexión rusa. Arriba de ellos, en la campaña, solo estaba el candidato Trump.

En este affaire de la injerencia rusa, el papel de El Aprendiz parece haberse invertido y el “¡Estás despedido!” podría aplicarse por primera vez al director de escena… Parece estar claro que dirigir un país, no es lo mismo que dirigir una corporació­n privada. M

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