Huachicoleamos
Cada cierto tiempo hay algún tema que alcanza sus 15 minutos de fama gracias a factores temporales de escalamiento. Hoy es el huachicoleo, aunque en realidad la ordeña de ductos en Puebla, Veracruz y, en menor cantidad, en Nuevo León, tenga décadas de ser uso y costumbre. Tanto como el robo de camiones de carga, la trata, el secuestro, el asesinato de periodistas y de activistas, el cobro de piso y, en suma, la completa descomposición del estado de derecho en amplias geografías nacionales.
Las constantes son bien conocidas: la colusión de los malandros con la autoridad y la impunidad. Pero hay otro hilo conductor esencial que gustamos de refundir en lo más oscuro del clóset patrio: la cooperación o, cuando menos, la aquiescencia de las comunidades donde se asientan las industrias criminales.
Suelen ser mujeres y niños quienes se ocupan de los secuestrados en sus hoyos o de las cautivas en los burdeles clandestinos. Son jovencitos quienes, a lo largo y ancho del país, sirven como ojos y oídos de los cárteles. Ser novia de narco es un sueño húmedo de no pocas quinceañeras. Los campesinos alquilan sus parcelas a muchas veces su valor sin preguntar para qué o a quién. A todos ellos, al menos al principio, se les brinda seguridad, empleo bien remunerado y sentido de pertenencia. Todo lo que un gobierno debía, de entrada, brindarle a sus ciudadanos.
Porque, sí, en la abdicación de nuestras autoridades federales, estatales y municipales, en nuestras populistas, electoreras y por ende fallidas políticas públicas está la causa eminente de nuestro fracaso cívico. Pero es reduccionista y complaciente usar el #fuelestado como bálsamo exculpatorio del mítico pueblo bueno: de los problemas de México somos culpables los mexicanos. Cuando menos, los mexicanos que aplauden cuando un soldado ejecuta a un delincuente, los que vitorean a los encapuchados que destruyen el patrimonio nacional o los que inmolan el esfuerzo y la responsabilidad en el altar del victimismo sectario: en suma, los que justifican cualquier ilegalidad y, por cobardía o interés, voltean para el otro lado cuando ésta los beneficia.
¿Quién se excluye? M