Milenio

Emojis, la película, ¿están listos?

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Ya nos habían amenazado de que después del éxito de Angry Birds esto se nos vendría encima, pero ahora sí, a partir de hoy, y aprovechan­do los momentos en que la prensa cinematogr­áfica del mundo está en ascuas, esperando las primeras noticias de Cannes, comenzarem­os a ver por todos lados la historia de estas figuritas que pululan en nuestras conversaci­ones vía texto y que han remplazado el fino arte de la palabra con la facilidad de los campeones.

¿Pero qué historia se puede contar de estas figuritas, que ya son también, las almohadita­s pirata más vendidas del mundo? En realidad la idea no es mala, aunque es muy parecida a la de hormigas de Dreamworks en concepto original, si bien no en ejecución ni tono (no hay un Woody Allen ahí, pero sí un James Corden).

Cada emoji tiene su función en esta vida y están satisfecho­s con ello, pero viene el rebelde, aquel que no puede evitar mostrarse de mil maneras diferentes, resultando un caos total para la sociedad en la que vive y su función en el proceso de comunicaci­ón que le correspond­e solo por existir.

Así que el conflicto, podrán entender, es grande. ¿Un emoji que expresa lo que se le antoja cada vez que es selecciona­do? Lo que me encantaría ver de esta película, más allá de la simple comedia que deberá ser, es lo expresado en el ya de por sí confuso proceso que implica tratar de mostrar una emoción con puras caritas, siendo que para cada quien los referentes son distintos.

No es broma. Yo conozco a un tipo que pensó que le estaban diciendo que deseaban sexo con él, porque le mandaban la carita con los ojos cruzados y la tez roja. Entre más contestaba babosadas, más se enojaba la mujer en cuestión, terminando todo en un bloqueo permanente y una relación rota.

En lo personal, mi emoji favorito, el de los ojitos frustrados que ven al cielo, me parece bastante claro. Está, evidenteme­nte diciendo: “Esto es una idiotez” o “no lo puedo creer” o cualquier deri- vado de “no ma… ” (para evitarnos eso existen los emojis).

Pero alguna vez me topé con alguien que pensaba que eso significab­a que yo tenía mucho sueño. No tuvo buen fin esa conversaci­ón. Y la peor, la cara de impacto con los ojos muy abiertos y la boquita asustada, para un hombre que me esperaba en una cita a ciegas quería decir: “Qué emoción verte”. Me dio mucha pena cuando me enteré de eso, un par de semanas después. Cuando ya había cancelado la cita, porque ¿quién querría sentarse con un desconocid­o aterrado de conocerme?

Ok. Estoy exagerando un poco las anécdotas, pero solo para demostrar que aunque suene muy rudimentar­ias y sonsas las potenciale­s historias que partan de los emojis, queda claro que se podrían contar grandes historias de desencuent­ro, desamor y hasta guerra. Todo por la flojera de usar nuestras maravillos­as palabras. A ver qué hacen con esta cinta en el verano. ¿No será posible crear una ley que limite el volumen al que se pueda tocar la canción “Despacito”? ¿Al menos en los taxis, Ubers y fiestas vecinales?

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