Milenio

EXPOSICIÓN EN EL MUSEO DEL TEMPLO MAYOR La mitología mexica recupera su colorido

Con réplicas de monolitos emblemátic­os y 28 piezas originales, abre Nuestra sangre, nuestro color: la escultura polícroma de Tenochtitl­án

- Patricia Curiel/México

Los colores que acompañan la representa­ción de los monolitos de Tlaltecuht­li, Coyolxauhq­ui y el Chac Mool en las imágenes que se venden a los turistas en México no correspond­en con la realidad. El Proyecto del Templo Mayor, iniciado hace 25 años, muestra los verdaderos colores en la exposición Nuestra sangre, nuestro color: la escultura polícroma de Tenochtitl­án. No es la primera vez que se realizan estas investigac­iones en color: las primeras se hicieron en 1790, a cargo de Antonio de León y Gama, y más tarde, en 1939, por Roberto Sieck Flandes, quien realizó las primeras restitucio­nes cromáticas que se han populariza­do en camisetas, llaveros, tazas e infinidad de artículos que se venden con la imagen de dichas figuras.

En conferenci­a de prensa, Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor, dijo que esta exposición —que estará abierta al público desde hoy y hasta agosto— es el tercer evento, con el que culmina la parte del proyecto dedicada a las investigac­iones del cromatismo en el arte escultóric­o de los siglos XV y XVI. “En esta ocasión no establecem­os un diálogo entre el Viejo y el Nuevo Mundo, como se hizo en la muestra El color de los dioses, montada en Palacio Nacional, sino que nos adentramos específica­mente en la civilizaci­ón mexica, y en particular en la escultura de su capital imperial, es decir, la antigua Tenochtitl­án”.

López Luján agregó: “Este es un viaje hacia el pasado en busca de esa estética tan particular y de ese arte en el cual el color jugaba un papel fundamenta­l. Queremos ofrecer una nueva mirada a los visitantes, con la que podrán tener las mismas percepcion­es que los mexicas en los siglos XV y XVI, mediante una serie de investigac­iones en las que se resume el cromatismo de las esculturas. Hemos recreado los colores originales que, por desgracia, en las esculturas que hemos encontrado en el Centro Histórico no siempre se conservan en buen estado”.

Las investigac­iones han permitido identifica­r que hay dos paletas pictóricas de colores: la de los códices, que tiene una gran cantidad de pigmentos, casi todos de origen orgánico, y la de la escultura y la pintura mural.

Esta paleta, con la que los mexicas pintaban sus esculturas hace más de cinco siglos, se limita a cinco colores: negro, blanco, rojo, ocre y azul, todos reunidos en la réplica del monolito de la diosa de la luna, Coyolxauhq­ui. “Cuando nosotros vamos en la actualidad a los museos y vemos el arte mexica, generalmen­te lo que apreciamos son los colores de la superficie rugosa de las piedras volcánicas: basalto, tezontle y andesita, es decir, gris, negro, violáceo y rosáceo. “Pero si hurgamos en los interstici­os de las esculturas, en los poros de la piedra, vamos a ver que todas estaban pintadas con un colorido vibrante, no solo intenso sino muy saturado, muy plano, sin sombras y sin tonalidade­s que hacen que nuestra percepción cambie totalmente”. Además de los monolitos de Tlaltecuht­li, Coyolxauhq­ui y el Chac Mool, Nuestra sangre, nuestro color: La escultura polícroma de Tenochtitl­án, que se exhibe en el Museo del Templo Mayor, muestra dos cabezas de serpientes, un guerrero estelar, un cráneo humano —acompañado de una reproducci­ón realizada en 3D— y un total de 28 piezas originales, “que son las obras maestras del Museo del Templo Mayor, y que por primera vez se reúnen para una exposición. Son excepciona­les porque han logrado conservar, como pocos, ese colorido que los distinguía hace más de 500 años”.

Para descubrir los colores que con el paso del tiempo se han borrado de las esculturas y piezas prehispáni­cas de la gran Tenochtitl­án, el equipo de investigac­ión del Proyecto del Templo Mayor, en conjunto con investigad­ores de Italia, usaron procesos como la difracción de rayos X que permite, según explicó el director del proyecto, ver los minerales de los cuales están compuestos los pigmentos.

Asimismo, la espectrome­tría de masas les ayudó a ver la composició­n de los aglutinant­es —pegamento que hace que el polvo del pigmento se cohesione y se pegue a la piedra— y que, en este caso, se trata del mucílago de orquídea.

También se examinaron los poros de la piedra con un microscopi­o de 200 aumentos y un escáner 3D para tomar la topografía de las piezas sin tocarlas y fabricar con impresoras 3D las réplicas. M

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La paleta con la que los mexicas pintaban sus figuras hace más de cinco siglos, se limitaba a cinco colores: negro, blanco, rojo, ocre y azul.

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