¿Cuánto tiempo toma escribir una novela?
Agobiado por las deudas, Fiodor Dostoievski debió suspender el que acaso es su libro más importante, Crimen y castigo, para poner manos a la obra en una novela por encargo, El jugador, cuyos originales entregó en unas cuantas semanas a su editor. Endeudado por las apuestas pero más aún, ya víctima entonces de la epilepsia, con un delirio de persecución que lo obligaba a escribir con la vista de frente a la puerta, el maestro ruso del realismo no hallaba descanso. Los fantasmas de sus relatos también lo acechaban.
¿Cuánto tiempo le lleva a un autor concretar su obra? Con esta inquietud, Claire Fallon, del Huffington Post, se dio a la tarea de investigar e ilustrar en una útil infografía los periodos de escritura de algunos de los títulos más relevantes, tan diversos como algunos firmados por autores de culto al amparo del best seller, como J. R. R. Tolkien y J. K. Rowling, hasta clásicos concebidos por Victor Hugo y Charles Dickens, entre otros.
La marca de rapidez de este ejercicio se la lleva El niño con el pijama de rayas (2006), del irlandés John Boyne, terminado en dos días y medio, siempre confiando en las palabras del autor sobre la duración, y la más lenta es El señor de los anillos, que tomó al británico Tolkien 16 años y sus tres volúmenes fueron publicados entre 1954 y 1955. En el orden ascendente, la segunda obra catalogada en esta serie es El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, del escocés Robert Louis Stevenson (1886), quien la escribió en seis días, seguida por La naranja mecánica (1962), novela que tomó al británico Anthony Burgess apenas tres semanas, igual periodo que empleó el natural de Edimburgo Arthur Conan Doyle para su ópera prima Estudio en escarlata (1887).
Cuento de Navidad o Canción de Navidad (Christmas Carol en inglés, 1843), del británico Charles Dickens, y Mientras agonizo (1930), del estadunidense William Faulkner, fueron concluidos en dos meses y medio, mientras que Casino Royale (1953), novela inaugural de la saga de James Bond por el londinense Ian Fleming, tuvo una gestación de ocho semanas, cuatro menos que las 12 que ocupó la de Connecticut Stephenie Meyer para hacerse millonaria con Crepúsculo (2005), libro que dio inicio a una serie sobre vampiros adolescentes con gran éxito en su versión cinematográfica.
Medio año fue el periodo en el que el aviador francés Antoine de Saint-Exupéry creó El Principito (1943), su obra mayor, de una brevedad contrastante con su grandeza, al grado de figurar entre los tres libros traducidos a más lenguas en la historia de la literatura, seguido en este periplo infográfico-temporal por Grandes esperanzas (publicada como serie entre 1860 y 1861 en la revista All the Year Around), de Dickens.
Cumbres borrascosas (1847), un clásico de la literatura inglesa, es la única novela de Emily Brontë, quien firmó con el seudónimo Ellis Bell este voluminoso y encantador relato en tres tomos escrito en nueve meses, menos que el año ocupado por el británico George Orwell para su 1984 (publicado en 1949), el estadunidense Frank Baum con El maravilloso Mago de Oz (1900) y la londinense Mary Shelley en su novela Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).
Dickens figura de nuevo con su novela David Copperfield (1849), la predilecta del fusilero en la bibliografía del británico, leída en los tres tomos publicados por Orbys, con gestación de 19 meses, y con dos años y medio de labor aparece El gran Gatsby (1925), del estadunidense Scott Fitzgerald, que el cinéfilo vio hace algunos años con Leonardo DiCaprio en el papel principal. Hablando de adaptaciones a la pantalla, un lustro tomó al de Nueva Jersey George R. R. Martin su icónica Juego de tronos (1996), tanto como al Nobel británico William Golding su fábula de posguerra El Señor de las Moscas (1954).
El viaje concluye con los estadunidenses Margaret Mitchell y Lo que el viento se llevó (1936) y J. D. Salinger con El guardián entre el centeno (1951), ambas obras con génesis de una década, Los miserables (1862) de Victor Hugo se llevó 12 años y la trilogía El señor de los anillos (1954), ya citada, arribita de tres lustros. Este ejercicio de Claire Fallon, que privilegió a los de su lengua salvo dos franceses universales, aporta luces sobre otra relevante arista del quehacer literario.