Leyendo a Marx
La fantasía de los candidatos independientes va a poner notas pintorescas en el año electoral que se nos viene encima. Ya mismo, un aspirante a candidato ha anunciado que declina a favor de otro aspirante a candidato. Y éste, en un arranque de euforia, ha pedido que se unan todos los independientes —que se unan a él, se entiende. No deja de tener cierta complejidad: unir independientes es unir ¿qué? Si juntamos a un futbolista, dos locutores, alguna celebridad televisiva y unos cuantos políticos en desuso, ¿qué tenemos?
El episodio Macron ha dado alas al “independentismo” de la opinión publicada, ya en el enésimo asalto al cielo. Conviene verlo con un poco de cuidado, porque a lo mejor no es para entusiasmarse tanto. Para empezar, Macron era el candidato del presidente Hollande, que jugó contra su partido. Y ganó solo porque desde hace 20 años, en la segunda vuelta, en elecciones presidenciales o legislativas, se impone en Francia un frente republicano contra el fascismo del Frente Nacional —con quien sea: el otro.
Pero además, para gobernar necesita a la Asamblea Nacional. Y es la parte más interesante. Porque su estrategia es un bonapartismo de manual. Ha repartido los ministerios casi a tercios entre la derecha, la izquierda y los improvisados: una deportista, una empresaria, y así, porque quiere superar la oposición entre derecha e izquierda (traduzco, ni izquierda ni derecha: Macron). En cuanto a las candidaturas de su partido para la Asamblea, la mitad son de eso que se llama sociedad civil, y muchos de ellos jóvenes, gente cuyo principal mérito consiste en su falta de experiencia. O sea, que no son otra cosa, sino macronistas. El resto, se lo reparten viejos políticos que hasta ayer eran socialistas, como Gérard Collomb, o republicanos, como Bruno Lemaire. El propósito explícito es desfondar a los dos principales partidos de la V República.
El episodio Macron revela el fondo autoritario que hay en la idea de las candidaturas independientes. Porque lo que les estorba es el aparato de mediación de los partidos; un aparato lamentable, sin duda, salvo que la alternativa puede ser peor.
Vale la pena leer de nuevo Aunque solo sea porque tiene algunas de las mejores páginas de Marx. M