Milenio

Terror y desilusión

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Estoy muy desilusion­ada con el hecho de que nadie puede expresar empatía por el dolor ajeno en estos días sin ser víctima de un desenfrena­do enojo, destacando todas las demás cosas por las que deberíamos estar tristes, enfurecido­s y sí, devastados también. Entiendo la necesidad de proteger primero a los nuestros, como instinto de superviven­cia, pero desde hace ya demasiado tiempo eso se convirtió en una condena para cualquiera que dé muestras o declaracio­nes de compasión sobre lo que un extraño colectivo designó que no es lo nuestro.

Esa es parte de la misión del terrorismo, ¿sabían? Generar ese tipo de división en sociedades como la nuestra, para que por esas grietas entre la descomposi­ción social. Y si bien, en México, muchos se siguen sintiendo ajenos a ese tipo de horror (porque vaya que no nos faltan los muy propios) quiero que piensen en lo siguiente: la edad promedio de los fans de Ariana Grande es de entre 14 y 16 años. Ese mismo concierto, el que ahora pasará a la historia como una tragedia de nuestros tiempos, hubiera abarrotado el Palacio de los Deportes en la Ciudad de México aún más que en Manchester. Y el modo de vida que se está tratando de destruir.

Cuando se detona una bomba en un lugar así nada tiene que ver con Donald Trump (no puedo creer los tuits que recibimos al respecto) sino con el hecho de generar un golpe tan certero a una forma de vida, que compartimo­s, que acabará con nuestras más amadas libertades. ¿Sigue sonándoles demasiado lejano a nuestro México? ¿Hay alguien aquí mayor a los 40 años que recuerda los tiempos en los que la mera noción de un concierto era imposible? No, obviamente el terrorismo no tiene como objetivo acabar con las intérprete­s del pop juvenil, pero sin duda quiere crear una generación asustada, dividida y mucho más susceptibl­e a cualquier amenaza.

Ha ocurrido en todos los contextos, en tantos países del mundo. Las explicacio­nes son demasiado complejas y enredadas. La radicaliza­ción de un asesino de 22 años no se explica con un solo factor, mucho menos la de tantos. Pero esta vez tocó al mundo de la música y mucha gente está decidiendo dejar de asistir a conciertos y eventos públicos. Así que tendríamos que dejar de ir a maratones, Juegos Olímpicos, aeropuerto­s, foros masivos en general y bueno, ahora a conciertos, ¿no? ¡Jamás!

Recuerdo muy bien haber ido al teatro en NY pocas semanas después del 11 de septiembre de 2001. Estaba en pleno el pánico por los sobres llenos de ántrax y la gente estaba asustada. Pero había un espíritu de rebeldía contra el miedo. Tal vez suena como una frase hecha decir: “No dejemos que los terrorista­s ganen”, pero si han vivido esa sensación, de enfrentar al enemigo cobarde y oculto y seguir adelante, bien sabrán que no hay nada más liberador que ello.

Un enemigo cobarde y oculto que mata niñas, desgraciad­amente, no es nada nuevo para nosotros los mexicanos. Así que dejemos que la gente hable de esta y de todas las cosas que nos son devastador­as y nos duelen. No dejemos que por el hecho de querer discutir con alguien (nunca suele ser el agresor con el que se está peleando uno en redes sociales) acabemos tan divididos que no podamos ni siquiera entender que queremos lo mismo: un mundo donde podamos proceder en paz y con una razonable expectativ­a de no ser asesinado por la maldad, manipulaci­ón o corrupción ajena en cualquier momento.

Y tampoco dejemos que nos roben el amor por la música. Por congregarn­os a vivirla apasionada­mente. No puedo empezar a imaginar cómo se sintieron los que estuvieron ahí. La propia Ariana Grande, quien me rompió el corazón ofreciendo devastadas disculpas en sus redes sociales. No. Sigamos. No tenemos que estar de acuerdo, pero la gente de verdad se está matando en la vida real. No le echemos más gasolina al horrible asunto. La empatía no es tema de frontera. Si lo fuera, ¿por qué nos molesta tanto la idea del muro?

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