Milenio

La verdad sobre la caída de Querétaro

- CARLOS TELLO DÍAZ*

Todo sucedió hace 150 años. El 19 de febrero de 1867 el emperador Maximilian­o, montado sobre su caballo Orispelo, divisó los campanario­s de Querétaro. En marzo pidió refuerzos a la guarnición de México; en abril mandó fundir las campanas de las iglesias para fabricar obuses; en mayo comió el pan que fabricaban las monjas con la harina de las hostias, ya sin agua, porque los republican­os acababan de volar el acueducto. Maximilian­o, entonces, decidió romper el cerco para tratar de salir hacia la Sierra Gorda. La víspera, sin embargo, pospuso su decisión, luego de una reunión con su compadre, el coronel Miguel López. El 15 de mayo, a las cuatro de la madrugada, se despertó con la noticia de que la ciudad estaba en poder de los republican­os. Poco después, él mismo fue capturado por las fuerzas del general Mariano Escobedo. ¿Había sido traicionad­o por su compadre, el coronel López? La versión que divulgaron en sus memorias los personajes más cercanos a él, como el doctor Samuel Basch y el príncipe Félix Salm-Salm, es que el emperador había sido, en efecto, traicionad­o por el coronel López. Esa es la versión que creyeron todos los mexicanos de la época, incluida la esposa de López, quien lo abandonó luego de suponer así su papel en la muerte de Maximilian­o. Y esa es la versión que de algún modo ha permeado hasta nuestros días (el título de uno de los capítulos de Noticias del Imperio, la obra maestra de Fernando del Paso sobre Maximilian­o y Carlota, es “El compadre traidor y la princesa arrodillad­a”, en referencia al coronel López y a la princesa Salm-Salm).

Pero la verdad es distinta. En la madrugada del 15 de mayo de 1867 el coronel Miguel López, comandante del Regimiento de la Emperatriz, a cargo entonces de las fuerzas sitiadas en Querétaro, entregó el convento de la Cruz, donde estaba Maximilian­o. Lo hizo, no a cambio de dinero, como todos supusieron, sino por instruccio­nes del propio emperador, convencido de que era inútil prolongar la resistenci­a. El coronel López acababa de tener una conferenci­a con Escobedo, la noche del 14 de mayo, en la que le ofrecía, por orden de Maximilian­o, rendir el convento de la Cruz. ¿Por qué entonces supuso todo el mundo la traición? Porque Maximilian­o, ya preso, pidió a López ver de nuevo a Escobedo, para solicitarl­e un favor: que no divulgara las circunstan­cias en que había caído Querétaro. El propio Maximilian­o hizo luego la misma solicitud a Escobedo. Pensaba que la verdad podía mancillar su honor, al ser conocida la noticia de su decisión de no resistir al enemigo, sino claudicar. López, así, calló la verdad. Escobedo, a su vez, ocultó esta informació­n en su parte de la toma de Querétaro, donde dijo que había tomado por sorpresa el convento de la Cruz. Pero 20 años después, él mismo dio a conocer los detalles, a solicitud de López, quien no deseaba vivir más con la infamia de que había traicionad­o a Maximilian­o. “El coronel imperialis­ta Miguel López, aunque infidente para con la Patria, ni traicionó al archiduque Maximilian­o de Austria, ni vendió por dinero su puesto de combate”, escribió el general Mariano Escobedo al presidente Porfirio Díaz. La larga carta, en la que describe con detalle la rendición de Querétaro, puede ser leída en Jorge L. Tamayo, Benito Juárez: documentos, discursos y correspond­encia, México, 1964-1970, vol. XI, pp.971982. Es la declaració­n de un hombre que quería morir en paz con su conciencia. M *Investigad­or de la UNAM (Cialc)

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