El 5 de junio
El núcleo de la campaña presidencial no estará en la ilusa pretensión académica de la contrastación de propuestas
Cualquiera que sea el resultado de la elección del Estado de México el domingo 4 de junio una de las pocas cosas que se pueden asegurar como un saldo inicial es la tendencia a la radicalización política del país en los próximos meses. La premisa está puesta por López Obrador, la de un país que moralmente está a favor o en contra del pueblo, de la probidad y de la patria.
Si es así, el resultado electoral del Edomex es secundario. Si gana Morena y la casi unanimidad de los analistas tiene razón, el PRI ya está muerto en 2018 y solo hay que esperar a esa elección para darle cristiana sepultura. Es otra vez la versión de 2006: “sonríe, ya ganamos”. Los actores no son los mismos y López Obrador los subestima.
En 2006, se tenía una Presidencia bipolar: suficientemente audaz para hacer campaña contra AMLO y bastante cobarde para seguir hasta sus últimas consecuencias el desafuero de López Obrador, que técnicamente sí tuvo lugar.
La campaña de Calderón se fundó en un slogan publicitariamente exitoso. En circunstancias semejantes, la campaña de 2018 con un López Obrador en el triunfalismo sería la recíproca del dicho de Clausewitz: la guerra por otros medios y, cabe agregar, no hagan prisioneros. Las campañas de ahora han sido un anticipo mínimo de lo que sucedería en 2018. Se ha visto en el ataque a algunos integrantes de su círculo próximo un video de una candidata a presidenta municipal, centavera, por 5 millones de pesos, que no alcanzan ni para una campaña electoral en Las Choapas; retenciones salariales ilegales de la ex presidenta municipal de Texcoco por 32 millones, cantidad insuficiente para pagar un día de campaña por la gubernatura del Estado de México. Y si en una campaña local y con figuras de cuarta se ha crispado el ambiente, habría que anticipar lo que sucedería en 2018, cuando ese estilo de campaña, en legítima defensa, se extienda a los notables que en público o en privado le han dicho que sí a López Obrador. Una verdadera masacre entre las élites que a diferencia del pasado no van a encontrar tan fácil navegar a dos aguas. El desenlace de eso, desde antes de la elección, es impredecible. Sobre todo al infringir una fractura nacional de larga duración. No, no sonrían si Morena gana. Uno esperaría que sean conscientes y que se atengan a las consecuencias.
Si Morena pierde, el escenario no cambia mayormente. López Obrador subirá su violencia discursiva y el adversario de enfrente seguirá la misma estrategia que si hubiera perdido, porque sus opciones y sus márgenes no cambian. El núcleo de la campaña presidencial no estará en la ilusa pretensión académica de la contrastación de propuestas. Es una lucha de moralidades enfrentadas, insoluble por definición y de cálculos de intereses personales y grupales muy concretos en presente y a futuro. El destino de la nación no está de por medio. El destino de la nación es el medio, que es diferente.
La honradez valiente ya se vulneró. Es la última oportunidad para unos y otros. Habrá que ver cuánto vive el valiente y cuándo empiezan a querer los cobardes.