Milenio

El 5 de junio

El núcleo de la campaña presidenci­al no estará en la ilusa pretensión académica de la contrastac­ión de propuestas

- JUAN GABRIEL VALENCIA valencia.juangabrie­l@gmail.com

Cualquiera que sea el resultado de la elección del Estado de México el domingo 4 de junio una de las pocas cosas que se pueden asegurar como un saldo inicial es la tendencia a la radicaliza­ción política del país en los próximos meses. La premisa está puesta por López Obrador, la de un país que moralmente está a favor o en contra del pueblo, de la probidad y de la patria.

Si es así, el resultado electoral del Edomex es secundario. Si gana Morena y la casi unanimidad de los analistas tiene razón, el PRI ya está muerto en 2018 y solo hay que esperar a esa elección para darle cristiana sepultura. Es otra vez la versión de 2006: “sonríe, ya ganamos”. Los actores no son los mismos y López Obrador los subestima.

En 2006, se tenía una Presidenci­a bipolar: suficiente­mente audaz para hacer campaña contra AMLO y bastante cobarde para seguir hasta sus últimas consecuenc­ias el desafuero de López Obrador, que técnicamen­te sí tuvo lugar.

La campaña de Calderón se fundó en un slogan publicitar­iamente exitoso. En circunstan­cias semejantes, la campaña de 2018 con un López Obrador en el triunfalis­mo sería la recíproca del dicho de Clausewitz: la guerra por otros medios y, cabe agregar, no hagan prisionero­s. Las campañas de ahora han sido un anticipo mínimo de lo que sucedería en 2018. Se ha visto en el ataque a algunos integrante­s de su círculo próximo un video de una candidata a presidenta municipal, centavera, por 5 millones de pesos, que no alcanzan ni para una campaña electoral en Las Choapas; retencione­s salariales ilegales de la ex presidenta municipal de Texcoco por 32 millones, cantidad insuficien­te para pagar un día de campaña por la gubernatur­a del Estado de México. Y si en una campaña local y con figuras de cuarta se ha crispado el ambiente, habría que anticipar lo que sucedería en 2018, cuando ese estilo de campaña, en legítima defensa, se extienda a los notables que en público o en privado le han dicho que sí a López Obrador. Una verdadera masacre entre las élites que a diferencia del pasado no van a encontrar tan fácil navegar a dos aguas. El desenlace de eso, desde antes de la elección, es impredecib­le. Sobre todo al infringir una fractura nacional de larga duración. No, no sonrían si Morena gana. Uno esperaría que sean consciente­s y que se atengan a las consecuenc­ias.

Si Morena pierde, el escenario no cambia mayormente. López Obrador subirá su violencia discursiva y el adversario de enfrente seguirá la misma estrategia que si hubiera perdido, porque sus opciones y sus márgenes no cambian. El núcleo de la campaña presidenci­al no estará en la ilusa pretensión académica de la contrastac­ión de propuestas. Es una lucha de moralidade­s enfrentada­s, insoluble por definición y de cálculos de intereses personales y grupales muy concretos en presente y a futuro. El destino de la nación no está de por medio. El destino de la nación es el medio, que es diferente.

La honradez valiente ya se vulneró. Es la última oportunida­d para unos y otros. Habrá que ver cuánto vive el valiente y cuándo empiezan a querer los cobardes.

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