Milenio

Pensar más allá del domingo

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

¿No le preocupa vivir en un país sin rumbo, que no sabe hacia dónde irá en los próximos años? A estas alturas del sexenio de Peña Nieto, está claro que el gobierno no tiene otro interés que obtener el resultado menos malo para el PRI en las elecciones del próximo domingo y de julio de 2018. Sálvese quien pueda, parece ser la divisa en Los Pinos, mientras los problemas serios —crecimient­o económico mediocre, finanzas públicas en aprietos, inflación creciente, seguridad descontrol­ada y al alza, casos de corrupción sin castigo, relación con Estados Unidos en la incertidum­bre, pobreza estancada y desigualda­des crecientes— solo son administra­dos para que no revienten en los próximos 18 meses. Nadar de muertito y que el próximo presidente se haga cargo de todas esas bombas de tiempo.

El gobierno, junto con PRI, PAN y PRD —el famoso Pacto por México—, le vendió al país un proyecto de modernizac­ión, fundamenta­lmente económica, consistent­e en un conjunto de reformas estructura­les (fiscal, energética, laboral, financiera, de telecomuni­caciones, educativa, etcétera) para destrabar una economía incapaz de crear y distribuir riqueza al ritmo que la sociedad demanda. Dos años después de que esas reformas se convirtier­on en normas constituci­onales, su aterrizaje en la realidad es heterogéne­o, pero claramente insuficien­te y con alguna excepción —quizá la SEP, que continúa empujando su reforma ahora con el nuevo modelo educativo— pareciera que el impulso modernizad­or es cosa del pasado. La economía no crece más ni distribuye mejor la riqueza. La potenciali­dad de las reformas sigue siendo eso, un potencial.

Además, ese proyecto de cambio —meritorio, defendible y perfectibl­e sin duda alguna—, aparte de las fallas de instrument­ación, tuvo una omisión notable: a los ideólogos del pacto nunca les pareció que hacer realidad el estado de derecho fuera una tarea prioritari­a. No hubo ninguna iniciativa para fortalecer la cadena institucio­nal de seguridad y justicia y la creación del Sistema Nacional Anticorrup­ción fue una ocurrencia muy afortunada, pero tardía del PAN, que enfrenta una resistenci­a feroz del gobierno y del PRI para que se haga realidad.

Estando así las cosas, la pregunta por el futuro del país adquiere una enorme relevancia. En el futuro inmediato el reto consistirá en capotear durante año y medio los problemas enunciados anteriorme­nte, con el agravante de que al piloto parece que no le interesa conducir el barco a buen puerto, sino que su partido sobreviva un naufragio ya inminente y él pueda vivir sin preocupaci­ones legales en el futuro. Su herencia pinta terrible.

La sucesión presidenci­al debiera ser, por tanto, el espacio para replantear­se y discutir el futuro del país. La propuesta más perfilada es la de López Obrador y consiste, según su libro y sus discursos recientes, en una regresión al pasado en materia económica: su oferta daría marcha atrás en las reformas estructura­les y el gasto público desbordado sería el principal motor de la economía. Echeverría y López Portillo resucitado­s. Los problemas del estado de derecho —corrupción, insegurida­d, violencia, crimen organizado— se arreglarán con la sola llegada de AMLO al poder y su testimonio de honestidad. En materia política, el retorno recargado del autoritari­smo. Cualquier entrevista suya en medios lo anuncia a gritos.

El problema es que el tiempo transcurri­do para que la realidad desmienta su autoritari­smo y su populismo económico puede ser suficiente para que los problemas se agraven. Terrible futuro, especialme­nte si el resto de la oposición —la oferta del PRI, cualquiera que sea, adolecerá de un gran problema: difícilmen­te ganará, pues tiene un enorme déficit de credibilid­ad— no articula una (en caso de que se forme una alianza electoral que desemboque en una coalición de gobierno) o varias propuestas serias y viables para que el pensamient­o mágico de López Obrador y un mayor deterioro en todos los frentes no se conviertan en el futuro del país. M

La sucesión presidenci­al debiera ser, por tanto, el espacio para replantear­se y discutir el futuro del país

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