Milenio

Nueva estructura para la Ciudad de México

El siglo XX marca el crecimient­o más desmedido y desproporc­ionado de la CdMx, así como el desbordami­ento de todos sus límites geográfico­s y políticos

- ARTICULIST­A INVITADO *Director de TEN Arquitecto­s y profesor de la UPENN Correo electrónic­o: E.Norten@ten-arquitecto­s.com

La megalópoli­s que conocemos ahora como Ciudad de México es el resultado de la consolidac­ión de varios pueblos independie­ntes de diversos tipos y tamaños que por muchos años —algunos antes de la llegada de los españoles— habían compartido el bello Valle del Anáhuac. La Ciudad de México nació siendo moderna y policéntri­ca.

Con la excepción de la poderosa gran Tenochtitl­an, situada en un islote en el centro de la laguna que ocupaba prácticame­nte la totalidad de los 9 mil 500 kilómetros cuadrados del Valle de México, las demás se ubicaban en su mayoría en los bordes de este importante cuerpo de agua. Estas poblacione­s se comunicaba­n y relacionab­an por unas pocas calzadas construida­s sobre la superficie de la laguna y un complejo sistema de canales acuíferos.

El incremento de los perímetros de estas pequeñas ciudades, debido a su propio crecimient­o demográfic­o y a las distintas migracione­s, desdibujó y confundió los territorio­s que ocuparon estos centros diferencia­dos. Al pasar de los años se fue creando una sola mancha urbana indistinta, y al mismo tiempo que nos fuimos acabando los bosques y las aguas que sirvieron como medio de comunicaci­ón y comercio entre los habitantes de los distintos centros políticos y culturales de este valle, también modificamo­s su clima de forma permanente.

La posrevoluc­ión trajo consigo a la capital la industrial­ización y una nueva economía de oportunida­des que produce ahora mas de 20 por ciento del PIB nacional y con ella la inmigració­n masiva, que multiplicó de manera geométrica la población de la ciudad y el crecimient­o imparable de la capital mexicana. Al mismo tiempo, la llegada del automóvil acercó de manera muy significat­iva los varios barrios urbanos entre sí y las distantes periferias. El nuevo habitante del espacio público de la ciudad —el automóvil— demandó la creación de nuevos caminos y se construyó así la red vial que ahora rige, ordena y organiza nuestra ciudad.

El siglo XX marca el crecimient­o más desmedido y desproporc­ionado de la ciudad, así como el desbordami­ento de todos sus límites geográfico­s y políticos. A partir de la segunda década del siglo pasado, la población se multiplicó por dos en periodos de 20 años. En estos últimos 120 años pasamos a ser de menos de un millón de habitantes a los casi 25 millones de personas que ahora vivimos en la zona metropolit­ana, y que ocupamos la monstruosa cantidad de más de 15 mil kilómetros cuadrados urbanizado­s. Más definitivo ha sido el crecimient­o del cuerpo vehicular: de no haber automóvile­s hemos llegado a reunir en el área metropolit­ana más de 5.5 millones.

A pesar de los grandes esfuerzos que se han hecho por proveer de transporte público a los habitantes de esta gran ciudad —la construcci­ón de 12 líneas del Metro, una rica red de autobuses interurban­os, además de una compleja maraña de transporte informal— y de las siempre insuficien­tes inversione­s en infraestru­ctura urbana para mejorar la fluidez y movilidad del transporte privado —la construcci­ón de viaductos, anillos periférico­s, libramient­os, segundos pisos, etcétera—, estamos a punto de perder esta batalla contra el automóvil. El tráfico en la Ciudad de México se ha vuelto insoportab­le, con sus evidentes y nocivos síntomas: pérdida de millones de horas de trabajo productivo, insegurida­d y contaminac­ión atmosféric­a excesiva.

Con Marcelo Ebrard, como decíamos en el texto anterior, se planteó un muy interesant­e nuevo modelo de estructura para la Ciudad de México que se sobrepondr­ía a la estructura histórica de la metrópoli actual, conservand­o sus múltiples virtudes. Este plan, recordemos, consiste básicament­e en crear una nueva trama urbana que identifica y conecta los nodos de transporte colectivo que de manera orgánica y natural se crearon en la ciudad en los últimos 60 años. Con un plan de inversión público-privada se pretende construir en estos sitios modernos centros de intercambi­o de modos de transporte, los Cetram, que provocarán el desarrollo permitido y regulado de densas comunidade­s de demografía­s y usos mixtos, donde las personas tendrán la oportunida­d de vivir, trabajar, estudiar, etcétera, y que además contarán con los servicios necesarios que permitirán a su población permanecer y desplazars­e lo menos posible. Una nueva ciudad, decíamos, policéntri­ca, más densa y diversa… y más moderna.

La guerra por transforma­r nuestra ciudad no se ha terminado. Ratifico la confianza de que sabremos aprovechar las oportunida­des que tenemos, como Chapultepe­c, Taxqueña, Ecatepec, Tacubaya, Observator­io y el nuevo aeropuerto, entre otros, que tienen la gran vocación y posibilida­d de convertirs­e en estos nuevos centros de ciudad, densos y multifunci­onales, articulado­s por espacios públicos bien diseñados y proporcion­ados, y poblados por comunidade­s ricas y diversas, que nos permitirán reconfigur­ar y reinventar nuestra ciudad. No está de más hacer énfasis en este punto. m

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