Milenio

El artista ha plasmado desde un paisaje veneciano en un jacuzzi, hasta un cuadro con la historia del pulque

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Arte efímero. Así lo llamaba aquel estudiante universita­rio, quien en los 80 hacía figuras con gises de colores sobre baldosas de Coyoacan. De ahí brincó a la acuarela y otras técnicas. Más tarde volaría hacia el Centro Histórico de la Ciudad de México, armado de un estuche de acuarela, un manojo de pinceles y la obsesión por retratar fachadas de edificios.

Y así surgió el “cronista gráfico del Centro Histórico”, como lo llama Ángeles González Gamio, refiere el propio Rafael Guízar, quien ha plasmado desde un paisaje veneciano en un jacuzzi, hasta un cuadro con la historia del pulque y un óleo en el que delinea las figuras de 42 personajes en lo que fue la calle Tacuba. Lo tituló “De paseo por la vieja calzada de Tlacopan”.

Ahí están los retratos de José Joaquín Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Diego Rivera, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis, entre otros, con diferentes escenarios, a partir de la Plaza Tolsá, y al fondo, más allá del Hospital de Terceros, hoy Palacio de Correos, un globo de Cantoya, que sobrevuela lo que fue Acueducto de Santa Fe.

La presentaci­ón del paisaje, explica Guízar, es al final del siglo XVIII, en donde aparecen los edificios “que para entonces estaban ubicados en esta antigua calle, como el solar y caserío sencillo situada a la izquierda extrema, que se le llamaba solar de Nilpandong­o —hoy Palacio de Minería—, pertenecie­nte a la Real Academia de San Carlos”.

Después lo adquiere el Colegio de Minas, “para ubicar su nuevo e imponente edificio, el cual es construido en 1797 por el escultor y arquitecto catalán Manuel Tolsá”, describe Guízar, egresado de la Facultad de Arquitectu­ra de la UNAM.

En esa misma zona había un hospital, donde ahora está el Museo Nacional de Arte, así como una clínica para enfermedad­es de los ojos, “hoy edificio Marconi y el restaurant­e El Cardenal”.

Y detrás de ese proyecto hay una historia que daría un giro, añade quien se presenta como arquitecto y “pintor autodidact­a”, además de “artista y cronista pictórico de la Ciudad de México”. —¿Cuál es la historia? —En un principio existía un proyecto, no mío, de plasmar sobre el muro del restaurant­e figuras de José Guadalupe Posada, todo en blanco y negro —agrega Rafael Guízar—, pero no se hizo porque le propuse a mi cliente, Tito Briz, otro proyecto más dinámico. Y lo fui moviendo hasta concluirlo en un año y medio, de 2013 a 2014, y así quedó. Y allí está. Entre otros personajes también están Ignacio Manuel Altamirano, Salvador Novo, Carlos Fuentes, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Guillermo Tovar y de Teresa, Silvestre Revueltas, Lucha Reyes y Francisco Cervantes de Salazar, quien —a decir de Ángeles González Gamio, Eduardo Matos Moctezuma y Vicente Quirarte— “hiciera la primera crónica de la que por Cédula Real del 4 de julio de 1548 fue declarada ‘Muy Noble, Insigne y Leal Ciudad de México’”. Algunos libros han sido ilustrados con acuarelas de Rafael Guízar. El más recientes es el titulado 1554 México, homenaje al primer cronista capitalino Francisco Cervantes de Salazar, “edición no venal 2017”, escrito por Ángeles González Gamio, Eduardo Matos Moctezuma y Vicente Quirarte. Fue reeditado por la Autoridad del Centro Histórico, “con la autorizaci­ón expresa de editorial Planeta Mexicana...”

La obra, se lee en la contraport­ada del libro, rinde homenaje a Cervantes de Salazar, “benemérito humanista toledano quien tras su paso por la Nueva España, hacia 1550, se convirtió en el primer cronista del Cabildo de la Ciudad de México y al que se debe el libro México en 1554, obra de gran valor historiogr­áfico, escrita 33 años después de la destrucció­n de Tenochtitl­an”.

Más de cuatro siglos después, Matos Moctezuma, Quirarte y González Gamio “reviven la ruta trazada por el humanista y nos deleitan en este libro a través de diálogos contemporá­neos y, a la manera de Cervantes, recorren palmo a palmo el Centro Histórico”.

Entre las acuarelas de Guízar están El portal de Mercaderes, El antiguo convento de Betlemitas, Templo de San Hipólito, La Casa de los Azulejos y la estatua ecuestre de Carlos IV en la Plaza de Tolsá. La edición especial fue presentada el pasado miércoles por los autores, además de Jesús González Schmal, Autoridad del Centro Histórico, y Carlos Ruiz Abreu, director del Archivo Histórico de la CdMx, ante invitados y miembros del Consejo de la Crónica, reunidos en el salón de un edificio conocido como Casa de los condes de Heras y Soto. Y ahí estaba Rafael Guízar. —¿Contento? —Sí, por supuesto —respondió mientras enseñaba sus acuarelas plasmadas en el libro. “Empecé desde muy pequeño a mover la mano”, comenta el Guízar. “La arquitectu­ra es el motivo para que yo me haya desplayado en el Centro Histórico como un pez en el agua, porque empiezo a desarrolla­r mis conocimien­tos arquitectó­nicos. Y me hago un pintor urbano”.

—¿Y lo suyo es acuarela?

—Uso varias técnicas, pero acuarela básicament­e, porque simpatiza mucho con los monumentos históricos y con la arquitectu­ra. —¿Cuál sería la obra más significat­iva? —Dos: una, donde hago una sinopsis sobre la historia del pulque. La hago porque me la pidió el propietari­o de un edificio, ubicado en el número 18 de avenida Juárez, que perteneció a Ignacio Torres Adalid, nada menos que “El rey del pulque”. Está frente al Palacio de Bellas Artes. —¿Y la segunda? —Está en uno de los restoranes del Cardenal. Habla sobre la calle de Tacuba. Es un formato de mural que mide cerca de 10 metros por dos de alto. La titulé Paseando por la antigua calle de Tacuba. Hago la referencia de los edificios que tiraron en el Porfiriato para darle paso a la gran Plaza de Tolsá.

—Con personajes de diferentes épocas...

—El más antiguo es un personaje español que se llama Francisco Cervantes de Salazar. Es mi elemento más antiguo. ¿Por qué? Porque fue de los primeros cronistas de la ciudad, a partir de cuando ya empezaba la ciudad; otros personajes muy importante­s fueron paseantes de la calle, como los cuatro arquitecto­s que hicieron esta plaza: Adamo Boari, Manuel Tolsá, Silvio Contri y el ingeniero Espinoza, que fue quien hizo el edificio donde está el mural. Y de ahí otros personajes...

—En el fondo hay dos torres de una iglesia.

—Al fondo de mi perspectiv­a, en donde hago mi punto de fuga, está la iglesia de San Hipólito; a la izquierda, en esa misma fuga, se ve la Alameda, los globos del señor Cantoya; también se aprecia un acueducto, que le llamaban Acueducto de Santa Fe; venía del Desierto de los Leones, pasando por Molino del Rey, por Paseo de La Verónica, hoy Circuito Interior, y llegaba por ese lado de lo que llamamos ahorita Calzada de San Cosme.

—¿Toca un poco de San Cosme en la perspectiv­a?

—Al fondo, aunque no se alcance apreciar ningún edificio, pero el acueducto venía por San Cosme y terminaba en una caja de agua atrás del Palacio de Bellas Artes; antes de que existiera, claro. —¿Y qué hay de la obra de las Lomas? —Es un mural en una casa de Bosques, donde inserto el paisaje del Gran Canal de Venecia. Lo hago con toda la documentac­ión para hacer posible los edificios. Está en un jacuzzi. Mi cliente me la pidió como si él estuviera en el Gran Canal; y la hice: tiene, a casi 360 grados, una gran perspectiv­a de Venecia. Es una gran piscina. Como si flotara entre edificios. M

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