Milenio

Corazones en llamas

- Héctor Rivera

Hace unos días, el ex Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi transitó por uno de los canales televisivo­s de su propiedad. Sus empleados lo entrevista­ron con mucha seriedad sobre las elecciones presidenci­ales que recién habían transcurri­do en Francia. De pronto al magnate le dio por hacerse el chistoso. Se puso a criticar al nuevo presidente galo, pero no por sus posturas políticas de centro en un país que parecía hecho bolas de cara a los partidos y a punto de optar por la extrema derecha al estilo Donald Trump. Con mucha sorna, dejó caer la sentencia: “Macron es un chico brillante y tiene la oportunida­d de contar con una hermosa madre que lo cobija bajo sus brazos”. Hábil como es para dirigirse a las audiencias, obtuvo de inmediato algunas carcajadas y aplausos. No se daba cuenta de que su imagen era en realidad la del burro hablando de orejas.

Si bien la historia de Macron, enamorado casi desde su adolescenc­ia de su profesora de teatro, ha traído de un ala a los medios de todo el mundo, la de Berlusconi lo ha llevado al divorcio, a la persecució­n policiaca, a la defenestra­ción política y prácticame­nte a la cárcel. Por supuesto, el magnate que tuvo en sus manos los destinos de Italia no canta mal las rancheras en materia de amoríos al estilo de los más sórdidos boleros.

A sus 80, con la cabeza llena de implantes capilares y el rostro tasajeado por las cirugías estéticas, Berlusconi debió responder ante la justicia de su país por las aventuras eróticas que compartió con amigotes como Vladímir Putin en sus fiestas de bunga-bunga, donde las estrellas de la noche eran jovencitas menores de edad. Para entonces, el hombre que insistía en declarar que las italianas eran tan hermosas que tendrían que ser escoltadas por soldados para evitar que fueran violadas, ya cargaba con una fama de viejo rabo verde, que era como una pesada loza sobre sus frágiles espaldas.

Cuando la ley lo llamó a responder por el caso Ruby Robacorazo­nes, protagoniz­ado por una joven amante de 17 años entre por lo menos una docena de involucrad­as en una red de prostituci­ón, el destino que apenas pudo evadir lo condenó en primera instancia a siete años de prisión e inhabilita­ción perpetua para ocupar cualquier cargo público por sus delitos de prostituci­ón de menores y abuso de poder.

Pero mientras Berlusconi no es sino un cara dura, Macron tiene en su descargo una romántica aventura de amor iniciada a los 15, cuando su maestra de teatro en la escuela secundaria, Brigitte Trogneux, 24 años mayor, no solo permitió los cortejos del joven estudiante sino que los correspond­ió aun siendo casada, madre de tres hijos. Por supuesto, la romántica noveleta tiene su lado trágico: André-Louis, su marido, de profesión banquero, la adoraba después de casi 20 años de matrimonio. Todo mundo metió las narices en el triángulo amoroso: los padres de la pareja, los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo. Es una locura, alegaron todos. Los enamorados huyeron cargando su amor prohibido, se ocultaron en espera de que el muchacho cumpliera la mayoría de edad para casarse. Mientras tanto, ella obtuvo el divorcio en 2006. Se casaron un año más tarde.

Habituados a las relaciones maritales tortuosas entre los inquilinos del palacio presidenci­al de El Elíseo, los franceses apenas si resistiero­n la sorpresa de una pareja de enamorados, tomados de la mano mientras hacían campaña para obtener la presidenci­a del país y un techo para compartir. Y ganaron.

A últimas fechas Berlusconi ha dado pruebas de estarse adentrando en los oscuros vericuetos de la senilidad. Su apreciació­n de la relación entre el presidente francés y su esposa Brigitte parece ser una prueba de ello cuando su propia situación ante las jovencitas no es ningún secreto para nadie. Pero el ex primer ministro italiano conoce a pesar de todo sus límites. No se atrevería a juzgar en vivo y a todo color a través de la televisión al presidente estadunide­nse Donald Trump, que mantiene a sus 70 años una relación conyugal con Melania, una mujer de 47 años, 24 años más joven.

Aunque mucho le gustaría, tampoco metería las narices entre las sábanas de la cama de la ex presidenta Cristina Kirchner para describir sus aventuras eróticas con los muchachos más jóvenes y ambiciosos de la política argentina, como aquel que se atrevió a describir en público su fealdad en ausencia de maquillaje.

A estas alturas del partido, lo que Berlusconi necesita en realidad es resignació­n. Lo que en el pasado sucedió en su Villa Certosa, su rincón en Cerdeña, es ahora motivo solo de una maliciosa melancolía disfrazada de desparpaja­do humor.

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