GRACIAS AL MENOS POR ALGO, DONALD
Uno de los conceptos capitales en la obra de Hegel es el de identidad negativa, que consiste básicamente en definir la identidad a partir de lo que no se es. Si bien en última instancia es un término que no necesariamente conduce a afirmar la propia identidad, en momentos puntuales, particularmente en una crisis, puede ser útil como referente puntual, como una especie de punto de partida para utilizarlo como dique, y una vez trazado cierto límite, poder explorar las fronteras de la afirmación de la propia identidad.
Es evidente desde casi cualquier punto de vista que desde hace ya varios años, quizá desde el comienzo de la revolución neoliberal de la década de los ochenta, Occidente vive una crisis de identidad. Se trata de un fenómeno completamente comprensible, pues una filosofía que da origen a un sistema sociopolítico que no se fundamenta en nada más que en el utilitarismo, y que coloca en el centro de todo al mercado, esa entidad metafísica encargada de situar a cada uno en su lugar, aunque al final, curiosamente, el lugar termina pareciéndose bastante al que ya se había determinado por el punto de partida.
En ese sentido, si bien el encumbramiento de un personaje tan grotesco como Donald Trump concentra la podredumbre acumulada de estos más de treinta años, lo que representa es tan repulsivo que comienza a haber señales de que precisamente funge como un poderoso catalizador de identidad negativa, por lo que ha movilizado tanto a líderes políticos como a amplias capas de la sociedad en su contra, de formas que quizá de otra manera hubieran sido impensables. Su rechazo a los acuerdos de París ha producido una oleada de declaraciones y recursos políticos en su contra, tanto en el seno de la Unión Europea como por parte de las principales empresas estadunidenses, al igual que a nivel de gobiernos locales que se han comprometido a continuar luchando contra el cambio climático, en abierto desacato al presidente de su país.
Asimismo, desde su llegada al poder se han incrementado fuertemente las suscripciones a medios como The New York Times y, de nuevo por razones equivocadas pero finalmente efectivas políticamente, temas como la misoginia han vuelto al centro de la palestra, lo que ha ocasionado memorables concentraciones como la marcha de las mujeres ocurrida a los pocos días de su toma de posesión. Ante el comprensible desencanto ciudadano con la política, quizá hacía falta un esperpento de estas magnitudes para procurar salir del marasmo y volver a reflexionar y actuar sobre temas de capital importancia en el discurrir de las sociedades.
En última instancia, como ya ha quedado claro, el poder del propio Trump es acotado, y cada nuevo escándalo y ridículo mengua más la capacidad de su presidencia para infligir un daño terminal. El asunto será utilizar la identidad negativa como catapulta para repensar a niveles profundos un modelo que ya no da más, que se encuentra agotado y al límite de producir crisis aún más violentas que las que vivimos en la actualidad, pues de otra manera habría sido inexplicable que un ser humano tan despreciable —en el sentido literal del término— hubiera conseguido encumbrarse, por la vía de las urnas, como líder de la máxima potencia mundial. m