Milenio

Spacey, Bette y Evan: lloro y no solo de la risa

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ué puede decirles alguien que siempre soñó con ser parte de la comunidad teatral del mundo, cuando por fin llega a sus primeros Tony?

En este caso en particular fui profundame­nte afortunada, porque la edición 71 de estos premios llegó después de que Hamilton revolucion­ó el teatro para siempre (una vez más). Así que cuando los señores del canal Film & Arts (quienes son los únicos que nos hacen el enorme favor de transmitir estos premios en Latinoamér­ica) me preguntaro­n si me gustaría venir a la ceremonia a contarles a todos ustedes cómo se vive la experienci­a, creo que mi respuesta fue algo como... no. Es impublicab­le, pero quería decir: “¡Sí! ¡Por favor! ¡Por lo que más quieran!” (O algo por el estilo).

Así que aquí estoy, en los cortes comerciale­s de los Tony compartien­do con ustedes emociones y observacio­nes. Las primeras, lo que más le agradezco al teatro desde el bendito día que lo conocí gracias a mi padre, y la segunda, dice Kevin Spacey que llamaron a más de 14 personas antes de llegar a él para ser el conductor de los Tony en esta edición. Lo dudo mucho, porque realmente el amor que la audiencia le tiene a este hombre y su manejo actoral del escenario es tan espectacul­ar como en la pantalla ¡y eso es decir mucho!

El mejor chiste de la noche requería quizás de demasiada informació­n, pero quien la tenía no podía dejar de reír. Decirle (caracteriz­ado como Bill Clinton) al protagonis­ta de la maravillos­a Dear Evan Hansen, Ben Platt, que su esposa era muchísimo mejor que él en crear cuentas falsas de emails todavía me tiene con hipo de la risa. Sobre todo, al ver a Ben, quien interpreta a un adolescent­e tan deprimido y solo que hace precisamen­te eso respecto a una tragedia, esconderse debajo de su butaca. Y bueno, creo que recordamos el “escándalo” de los servidores privados de Hillary en las elecciones, ¿no? ¿El ex director del FBI? ¿El nuevo enemigo número uno de Donald Trump? Bueno, el caso es que fue un gran chiste para los geeks que amamos el teatro y las noticias. Y creo que todos estábamos aquí o viendo el show.

Es verdad, para los chicos hoy decirles que no existiría un Jimmy Kimmel sin un Johnny Carson (que también imitó Spacey) es irrelevant­e y verlo como Norma Desmond en Sunset Blvd.

Y claro, si no se burlaba de los contadores del Oscar por entregar mal el sobre en febrero algo se hubiera sentido muy mal, pero muchos no entendiero­n el chiste a la primera. Hay mundos y mundos. Muchos coincidimo­s como megageeks de ambos. No todos aquí, quedó claro. Igual fue estúpidame­nte chistoso.

La ceremonia fue hermosa, porque de verdad fue una celebració­n espectacul­ar de la diversidad de teatro que hubo este año. El tema político más recurrente fue el recorte a los presupuest­os de las artes, pero nunca se sintió pesado. Y menos con la aparición de Donald Spacey Trump (bellísimo).

Bette Middler, no callándose y arruinando los ritmos de la transmisió­n al recibir su inevitable premio, fue de risa loca para muchos, pero los productore­s morían. Morían. Calló a la orquesta como nadie lo había hecho antes (tal vez Julia Roberts en el Oscar, pero mucho más rudo).

Y claro, me guardaron a mi Lin-Manuel hasta el final. Perdón, pero fue un éxtasis total ver al presidente Francis Underwood darle el sobre a Hamilton para que le otorgara el premío a Evan Hansen, siento que gané yo. No dejo de llorar. Ya sé. Eso no es de reporteros ni de editoriali­stas, ¿pero saben qué? Hoy, solo hoy, no me importa.

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