Milenio

¿Se puede ganar sin alianzas?

- RICARDO MONREAL

Es una pregunta derivada del resultado en el Estado de México, donde el PRI logró retener la gubernatur­a gracias a sus aliados (y a una elección de Establo), mientras que Morena en solitario alcanzó una votación inimaginab­le hace unos meses, aunque insuficien­te para ganar de manera contundent­e.

Existen evidencias sólidas de que Morena ganó el Estado de México, pero el obsceno operativo de Estado que se instrument­ó mucho antes de la elección, ante la vista gorda de la autoridad electoral, le permitió al PRI robarse la elección, a billetazo sucio.

Ahora bien, el contundent­e rechazo que el pasado fin de semana hiciera el presidente y dirigente nacional de Morena para ir en alianza con cualquier otro partido que no fuera el PT, reeditó la pregunta poselector­al y la enfocó en un tema: ¿podrían Morena y AMLO ganar la Presidenci­a de la República únicamente en alianza con el PT?

La mayoría de las opiniones señalan que eso no será posible y el haber descartado desde ahora a PRD y MC, otrora aliados en 2006 y 2012, aporta la certeza de que la izquierda irá dividida y, por ende, sin posibilida­des de victoria. “Si unidos en un solo polo no pudieron, divididos menos”, es el argumento.

Los más entusiasma­dos con esta decisión de Morena son el PRI y el PAN, y hasta las gracias por anticipado brindan porque presuponen que se alejan las posibilida­des de AMLO de llegar a Palacio Nacional.

Sin embargo, esa sonrisa se les puede helar, si vemos más de cerca otras aristas y consecuenc­ias de esa decisión.

Al rechazar una alianza amplia de izquierda, López Obrador confirma lo que siempre ha dicho: que su objetivo no es ganar la Presidenci­a a cualquier costo y a costa de lo que sea. Se trata de ganar con activismo, no con pragmatism­o.

Las alianzas son ciertament­e el camino más corto para ganar una elección, pero no siempre son el camino más sólido para gobernar una vez que se obtiene el cargo. Ejemplos de esto sobran en la experienci­a aliancista mexicana de las últimas dos décadas.

Por otra parte, ganar el Estado de México un año antes de la elección presidenci­al hubiese significad­o haber obtenido una manzana envenenada, porque el aislamient­o, el hostigamie­nto y el estrangula­miento político, presupuest­al y en materia de seguridad a la primera gubernatur­a de Morena, hubiese sido de antología. La bomba de tiempo llamada Estado de México (en términos de insegurida­d, desempleo y corrupción) puede estallarle al próximo gobernador antes del verano de 2018.

La estación Finlandia no está en Toluca 2017, sino en el Zócalo de la CdMx 2018. Y desde esta política de acumulació­n de fuerzas, a Morena le está yendo, en efecto, “requetebie­n” desde que nació a la vida pública en 2015. Primera fuerza de izquierda en las elecciones federales intermedia­s; tercera fuerza nacional al contabiliz­ar 13 elecciones locales de 2016 y el partido más votado en 2017 al sumar los resultados de cuatro elecciones estatales (poco más de 2.5 millones de votos). Y todo ese trayecto lo ha caminado en solitario, en una época donde la crisis de la partidocra­cia aconseja precisamen­te eso: más vale solo que mal acompañado.

En un escenario balcanizad­o como se vislumbra el 2018 (con cuatro o cinco frentes disputando la Presidenci­a), el próximo presidente podrá serlo con 20 millones de votos. En 2006, AMLO obtuvo 14.8 millones de votos y en 2012, 15.9. Estaría a solo 4 millones de la meta. Para obtenerlos hay dos caminos: buscando socios o desarrolla­ndo estructura territoria­l propia. Se optó por lo segundo. Más difícil ciertament­e, pero “más marrao”. M

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